Dejémos ‘mantos’ que nos atan

Hace unos años me tocó presentar en un retiro para jóvenes con el tema de la oración. El verso bíblico que usamos para apoyar el tema fue de Bartimeo, el hombre ciego. (Mc 10, 46-52). Me recuerdo que la enseñanza que sacamos de la lectura se trataba de la perseverancia en la oración y que si seguimos orando con consistencia Dios nos escucha y nos la concede. Hay veces que la respuesta es lo que pedimos y hay veces que no; todo depende de lo que Dios decida es para nuestro bien y no solo lo que queremos.

Unos años después me tocó usar este mismo verso para otro evento de jóvenes pero no había escogido todavía el tema. Hay veces que al estudiar la Biblia para el servicio en ministerio tenemos en mente un verso y ya sabemos el contenido y cómo explicarlo. Pero me ha sucedido varias veces donde conozco el mensaje que contiene un verso y me sale otro totalmente diferente debido a las situaciones en mi vida o las necesidades de los que escucharán el mensaje.

Al leer ese mismo verso se me encendió una bombilla y vi en el verso algo que no había visto antes. Es tanto que el tema del evento terminó siendo sobre el ser llamado y cómo soltar lo que nos ata y no nos deja llegar a Jesús; no fue sobre la oración y la perseverancia. Muchos conocen la historia de Bartimeo, el hombre ciego. Él estaba sentado al borde del camino pidiendo limosnas cuando oyó que Jesús iba pasando y él llamó a Jesús para que tuviera compasión de él y le escuchara. Fueron tantas las veces que él clamó a Jesús hasta que fue escuchado y Jesús pidió que se lo trajeran.

El cambio de tema fue después de leer: "Jesús se detuvo entonces y dijo: ‘Llámenlo’. Y llamaron al ciego, diciéndole: ‘¡Animo! Levántate, porque él te llama’. El ciego tiró su manto; de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús". (Mc 10, 49-50) ¿Cuándo somos llamados por Jesús, "tiramos" lo que nos ata y hace sentir seguros para postrarnos en toda nuestra vulnerabilidad delante de él? Cuando "tiramos" las cosas no nos importan donde caen solo queremos deshacernos de ellas. Bartimeo tiró su manto, el manto que le guardaba del frío y lo ayudaba a sentirse seguro. En ese momento que Jesús le llamó él ya no lo necesitaba porque él se encontraba postrado delante del que conocía lo más interior de su ser. En toda su vulnerabilidad Bartimeo hizo su súplica de poder ver.

Pensemos en nosotros mismos, ¿qué necesitamos tirar para poder postrarnos en toda nuestra honestidad delante de nuestro Padre? Bartimeo no solo se paró o miró hacia atrás donde había caído su manto pero de un salto se puso de pie; tomó la decisión de dejarlo e ir a Jesús sin mirar hacia atrás. Cada uno de nosotros tenemos nuestros propios "mantos". Dejémoslo y pidamos con toda sinceridad y abiertamente aceptando lo que se nos dé ya que Jesús, nuestro Salvador ya sabe lo que necesitamos.

Johnston es una especialista intercultural en la Diócesis de Rochester.

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