‘Él es alguien en quien se puede confiar’

NOTA DE EDITOR: Los apellidos de alguna de las personas entrevistadas para esta historia no se incluyen para proteger su privacidad.

ELMIRA — El Diácono Mike McGuire disfruta de la pesca en su tiempo libre. Él también arroja muchas líneas en su trabajo a jornada completa — como pescador de hombres, como Jesús exhortó a sus primeros apóstoles para que fueran.

Pero a pesar de las largas horas que el Diácono McGuire pasa evangelizando, el Diácono raras veces pesca a uno.

Ese es el reto de ser un capellán católico en una prisión estatal de seguridad máxima.

Ubicada al tope de una colina en la calle Davis, la Instalación Correccional Elmira es fácilmente visible y sin embargo claramente separada de los transeúntes en la parte norte de la ciudad. El extenso complejo es donde el Diácono McGuire, 64, ha llevado a cabo su función de capellán por los pasados 11 años, una ocupación que terminará con su jubilación en diciembre del 2014.

"¿Cómo está Dios"? preguntó un oficial de la prisión alegremente — y quizá un poco burlonamente — al Diácono McGuire al saludarle una tarde a principios de marzo. El diácono dijo que a menudo él recibe estas preguntas de parte del personal y de los prisioneros; otra pregunta frecuente es si él ha "salvado" a alguien ese día. Las preguntas delatan la duda general de que alguien pueda hacer una mella espiritual en un lugar donde él reconoce "existe mucho mal".

Ese mal no es aparente inmediatamente en las muchas filas de las celdas. Ahí la atmósfera es aquietada: algunos hombres duermen, otros leen, otros miran distraídamente hacia el espacio mientras están recostados en sus pequeños catres. Pero los crímenes que les colocaron detrás de las rejas clasifican a estas personas, como confinados de seguridad máxima, como lo peor de lo peor en el estado.

Aunque el Diácono McGuire soporta algunas bromas, la fácil guasa que mantiene con varios prisioneros indica que su presencia es bienvenida. Ya que ellos tiene poco o ningún contacto con el mundo exterior, el Diácono McGuire llega como una ráfaga de aire fresco – una figura solitaria que expresa su preocupación por el bienestar espiritual de ellos.

"Nosotros somos los únicos que nos reunimos con ellos a ese nivel", dijo el Diácono McGuire del personal de capellanía que ofrece catequesis, grupos para rezar el rosario/de oración, reuniones individuales y Misas los martes en la tarde a medida que perseveran en su batalla cuesta arriba contra el mal.

Un prisionero, Mike, dijo que el Diácono McGuire "trae un nivel de conforte y calma a un lugar que no siempre ofrece conforte. Él no está ahí para uno sólo por la espiritualidad. Él está ahí como un amigo, alguien en quien se puede confiar".

Sin embargo, el reto para el capellán es desalentador: El Diácono McGuire abiertamente reconoce que su ministerio no moverá a la gran mayoría de los prisioneros — incluso a aquellos que participan en los programas de la capellanía. Aún así él persiste con la esperanza de que quizá unos pocos cambien sus vidas.

"Dios perdona. Incluso cuando nadie más lo hace, Él lo hace", dijo. "Nosotros tenemos que aceptar ese don del perdón".

El Diácono McGuire dijo que él enfatizó la importancia de "rehacerse" en una homilía reciente de Cuaresma a los prisioneros: "Cada día es una oportunidad para cambiar, para rehacer su vida. No se ha acabado; simplemente es más difícil para ellos".

El Diácono McGuire observó que es inmensamente más difícil para ellos cambiar que para otros católicos cuyos sacrificios de Cuaresma podrían ser controlar el comer o mirar la TV excesivamente.

"Sus malos hábitos son matar, robar, violar. Ellos están aquí por una vida de tal conducta", comentó.

Confrontando el mal

Ordenado diácono permanente para la Diócesis de Rochester en el 1990, el Diácono McGuire empezó su ministerio en la prisión mientras servía de voluntario en la Instalación Correccional Groveland en el Condado de Livingston. Empezó como capellán de prisión en Elmira en el 1994 después de servir como director nacional de Conquest Boys Clubs, un programa católico de desarrollo de la juventud.

El Diácono McGuire trabaja de martes a viernes en la prisión, viviendo en la casa parroquial de la Iglesia Santa María del Sur de Elmira. El Diácono McGuire, que tiene esposa y dos hijos, luego va a su casa para fines de semana largos en Canandaigua donde ha asistido a la Iglesia Santa María por los pasados 30 años.

Él es uno de dos diáconos permanentes de la diócesis que sirven en el personal de la instalación correccional; el otro es el Diácono Al Pacete. Además, el Padre Rick Farrell, párroco de la Parroquia Santísimo Sacramento en Elmira, celebra la Misa de los martes regularmente en la prisión.

Mientras que el Diácono McGuire trabaja a jornada completa en Elmira, el Diácono Pacete y el Padre Farrell también hacen su ministerio en la Instalación Correccional Southport — otra prisión de seguridad máxima — siete millas hacia el sur. Southport está constituida casi en su totalidad de "unidades de vivienda especiales" donde a los prisioneros, por razones disciplinarias, solamente se les permite estar fuera de sus celdas una hora al día. La Instalación Correccional Elmira también contiene una unidad de vivienda especial, pero a la mayoría de los prisioneros ahí se les permite asistir a programas y comidas fuera de sus celdas varias veces al día. Un lugar favorito es la casa campo, como lo indica el número grande de prisioneros que en la tarde de un viernes reciente usaban las canchas de baloncesto, una pista interior y los televisores mientras los guardias les vigilaban de cerca.

Algunos prisioneros encuentran sus caminos para asistir a las actividades religiosas ofrecidas por el personal católico y capellanes representando otras denominaciones. El Diácono McGuire calcula que 250 de los 1,800 prisioneros en Elmira son católicos, y de éstos, 65 asisten a la Misa semanal en la espaciosa capilla de la prisión.

Además de asistir en la Misa y facilitar programas, el Diácono McGuire frecuentemente actúa como persona de enlace para las familias de los prisioneros. Él también está disponible para cualquier confinado — independientemente de la religión — que envía una nota solicitando una reunión. Él dice que la estadía promedio de un prisionero en Elmira es 18 meses y hay mucho cambio a medida que los hombres entran y salen a otras instalaciones que tienen varios niveles de seguridad. Los hombres bajo su ministerio típicamente tienen largos historiales de tiempo en la prisión.

"Éste no es su primer rodeo. La mayoría empezó su actividad criminal a la edad de 16 ó 17 años, y han ido a la prisión una y otra vez de nuevo", dijo el Diácono McGuire, observando que hasta los prisioneros que aterrorizados la primera vez juran no regresar jamás a menudo no cumplen tales promesas. Añadió que 20 por ciento de los confinados en Elmira están sirviendo sentencias de por vida, y muchos nunca tuvieron la oportunidad de tener éxito ya que de niños nunca tuvieron una vida de hogar.

"Al menos 90 por ciento de los hombres que están aquí vienen de hogares sin padres", dijo. "Conozco mis propios egoísmos y debilidades, y soy muy capaz de ser tan malo como ellos son. Pero sé que ellos no tuvieron las ventajas que yo tuve (cuando me criaba). Mucha gente ni siquiera puede imaginar la vida y las decisiones que ellos han tomado".

Parte de su violencia sale a flote durante los largos días y noches de su confinamiento. A pesar de que la mayoría de los confinados en Elmira tiene celdas individuales, el Diácono McGuire dijo que ocurren incidentes de peleas, hostigamiento y abuso regularmente cuando los guardias dan la espalda. Él observó cierto tipo de jerarquía mediante la cual los confinados más respetados son los asesinos y los miembros de pandillas. El próximo nivel más abajo son los que estaban involucrados en crímenes por drogas, hurtos y robos. Con mayor frecuencia los que son objeto para el mal trato son aquellos que cometieron crímenes sexuales.

"Conozco cómo son las cosas en los bloques de celdas. La cultura más cruel es la cultura del confinado. Ellos hacen presa de los débiles", dijo el Diácono McGuire, añadiendo que a menudo él ha intervenido para abogar por los más vulnerables.

Salvarse a sí mismo

Para sobrevivir en los bloques de las celdas, Mike dijo que los prisioneros deben demostrar exteriores duros. Sin embargo, gracias a la disponibilidad de las actividades católicas, él y otros de los participantes regulares pueden bajar la guardia y explorar sus sentimientos y espiritualidad.

"Tenemos un lugar para ser nosotros mismos", dijo Carlos, otro confinado en Elmira.

"Entramos a la oficina del diácono y a la capilla, y simplemente somos hombres", Mike estuvo de acuerdo.

Los confinados dan crédito al Diácono McGuire por ofrecer un entorno seguro.

"Él es uno de los hombres más decentes que he conocido en mi vida. Siempre tiene una sonrisa para uno, siempre se detiene para hablar con uno", dijo Louis, un tercer confinado.

"Siempre nos ha tratado no como confinados, sino más bien como un hermano. Algunos ven en él un padre", dijo Mike. "Si cualquiera de nosotros alguna vez necesita algo, él está ahí para nosotros".

Sin embargo, el Diácono McGuire dijo que ha aprendido con los años a mantener cierto nivel de distancia, de modo de poder distinguir mejor entre los confinados que realmente buscan el ministerio de aquellos que esperan poder manipular a los capellanes – pidiéndoles que influyan en otros funcionarios de la prisión, que pasen mensajes a personas en el exterior y/o transporten contrabando.

"El porcentaje de los que están aquí para cambiar sus vidas es realmente pequeño. Sus vidas han sido mentir, robar, engañar. Así es como sobreviven", dijo. "He sido engañado y traicionado, y mi trabajo y mi reputación han sido puestos en peligro".

También ha aprendido con los años a no dorar la píldora con los confinados. Cuando le preguntan cómo él cree que ellos saldrán en el exterior, el Diácono McGuire es directo si él cree que no han experimentado suficientemente la conversión.

"Él es estricto en su exterior", comentó Daniel, un prisionero que dice respetar al Diácono McGuire por adoptar una línea dura para poder lograr que haya cambio personal.

Comentando sobre las bromas que le hacen respecto a salvar a la gente, el Diácono McGuire dijo que su respuesta habitual es, "No, ellos tienen que salvarse a sí mismos". Dijo que urge a los prisioneros para que abandonen su egoísmo, dejen de hacer excusas por los crímenes cometidos, se arrepientan de sus ofensas y desarrollen compasión por los demás. Dijo que de vez en cuando ese mensaje penetra en algunos de los hombres — "aquellos que se dan cuentan de que su vida puede ser mejor de lo que es".

Una persona tal es Billy, que salió en libertad condicional a fines de marzo luego de pasar 35 años en la prisión. Dijo que los capellanes católicos en Elmira le han guiado en su caminar con Dios "ahora salgo siendo un hombre mejor debido a eso". Billy mantuvo que incluso los criminales más endurecidos pueden descubrir su fe en la prisión "si están abiertos" a explorarla.

Para poder traer la posibilidad de conversión, el Diácono McGuire — junto con el Diácono Pacete, Padre Farrell y otros involucrados en la capellanía en la prisión — abrazan a una población que el público general ni siquiera se molestaría en darles la hora del día. El Diácono McGuire reconoció que, por ejemplo, compañeros miembros de un grupo de hombres que se reúnen en las mañanas de los sábados fuera de las paredes de la prisión expresan interés en su profesión "pero ellos no quieren siquiera ver el lugar".

Hay días cuando él tampoco está muy entusiasmado de ir ahí. Admite que la rutina de su trabajo es agotadora y por eso ha optado por la jubilación.

"Uno no puede hacerlo por siempre", dijo. "Es agotador. Todos estos hombres son tan necesitados, necesitan mucho".

¿Qué le ha hecho seguir por tanto tiempo?, se le preguntó.

Luego de una pausa, él vuelve a su pasatiempo a modo de explicación.

"Hay un par de hombres aquí con quienes me gustaría ir a pescar algún día", dijo. "Un par de hombres que realmente se arrepienten profundamente de lo que hicieron".

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