¡Hagamos Vivir el Reino de Dios!

Por medio de parábolas en las Escrituras de estos domingos Jesús intenta enseñarnos lo que es el significado de su misión — por qué él vino al mundo, por qué reunió una comunidad de discípulos, y al final de su vida, los envió a continuar su obra. Tiene que ver con el Reino de Dios. Él no estaba diciendo que el reino de Dios viene al final del mundo; él indicaba a sus discípulos que el reino de Dios estaba listo a romperse al mundo de aquel tiempo y hoy entrar a nuestra vivencia. En el Padre Nuestro oramos: "venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad." Cuando hagamos la voluntad de Dios y amemos a los demás por acciones, el reino de Dios existirá. Somos nosotros que tenemos que ayudar en esa obra; somos nosotros que tenemos que vivir según la enseñanza de Jesús y hacer real su manera de vivir, su amor en nuestro mundo de hoy. Somos nosotros que debemos cambiar nuestras vidas y empezar a transformarnos con la ayuda del Espíritu Santo para que entremos al reino de Dios. El reino de Dios no es un lugar; el reino de Dios es el reino del amor de Dios en el mundo. Una vez que descubrimos las actitudes, las virtudes, las relaciones inclusivas en el reino de Dios y el valor del reino, vamos a querer hacer todo posible en nuestras propias vidas y en la comunidad para crear un mundo bajo el reinado dinámico del amor de Dios. Entraremos en el amor de Dios y ayudaremos a otros a descubrir ese amor, no necesariamente en grandes cosas sino en lo pequeño como el profeta Elías lo descubrió en el murmullo de una brisa suave. Esté atento a la acción de Dios en todo momento en toda su vida y acójalo. Según San Pablo, nada ni nadie pueden separarnos del amor de Dios una vez que hemos abierto nuestros corazones y personas a ese amor.

En el mundo hay todo tipo de persona y es importante no juzgar a otros ante de conocerlos y darles tiempo para crecer en comunidad. Yo creo que miembros de la comunidad, por su ejemplo, puedan ayudar a otros a cambiar. Por eso hay que vivir la misericordia, la bondad, la compasión, la sabiduría y el entendimiento del corazón. Nuestras comunidades deben ser inclusivas, acogiendo a todos de todos países, recibiendo con hospitalidad a los ancianos, los ricos y pobres, los niños y jóvenes, los de distintas orientaciones sexuales, los inválidos, etc. La comunidad no necesita ser grande para realizar la obra de Dios. En las parábolas de la semilla de mostaza y un poco de levadura en la masa vemos que algo pequeño puede hacer mucho. Vemos el poder del ejemplo que tiene cada individuo por vivir los valores enseñados por Jesús, por dejar la violencia, el odio, la venganza, el egoísmo y la auto-lástima. Vemos el poder de las comunidades pequeñas en las cuales los miembros se conocen y pueden obrar juntos, extendiéndose a los alejados, los necesitados y los sin ilusión y creencia. San Pablo nos dice que todo contribuye para el bien de los que viven según el espíritu de Dios y la manera de Jesús.

Nosotros cristianos descubrimos en Jesús el amor de Dios vivo. Vemos en las lecturas cómo Jesús se relaciona con otros; esto nos reta a vivir de una manera parecida. Piénselo: al enterarse de la muerte de Juan Bautista, Jesús se emocionó y fue a un lugar aparte. Pero una muchedumbre lo siguió y él se compadeció de la gente que tenía hambre y buscaba la curación de sus enfermos. No podía cerrar los ojos a las necesidades de los demás aunque él estaba sufriendo su propia pérdida. Él les sirvió. ¿Cuántas veces no prestamos atención a las necesidades de los demás porque estamos metidos en nuestros propios asuntos? Después de un día lleno de actividades de enseñanza, de servicio, de multiplicación de panes, y de conversación con la gente, Jesús subió al monte a solas para orar y los discípulos se fueron en su barca. Pero el viento sacudió la barca demasiado y tenían miedo. Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua, subió a la barca y el viento se calmó. ¿Ora usted? ¿En su oración, invita a Jesús entrar en el estrés y las necesidades de su vida para calmar los miedos que surgen en su interior? Jesús dejó a la mujer samaritana cambiar su manera de pensar y tuvo compasión de ella y de su hija. Eso nos reta a abrirnos a los demás y desarrollar una mente abierta a las necesidades e ideas de otros a pesar de quienes son.

Sí, es por medio de cada persona y de la comunidad entera que el mundo se transforma y el Reino de Dios se ve, se vive y crece.

La Hna. de la Misericordia Kay Schwenzer es ministra pastoral de la comunidad hispana de los condados de Yates, Ontario y Wayne.

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