Con la celebración de Cristo Rey damos por concluido el año litúrgico y comenzamos un nuevo año en la Iglesia. Es tiempo de preparación para la próxima venida del Emmanuel. David fue ungido por los ancianos (presbíteros o sacerdotes), y así llegó a ser el rey de todas las tribus de Israel. Jesús no fue ungido por mano humana alguna como rey, sino por el mismo Dios. Nosotros como ungidos, desde nuestro bautismo también "Somos de tu misma sangre"; somos constituidos sacerdotes, profetas y reyes o reinas. Él es el rey de nuestra vida, pero no un rey como los que conocemos que piensa solo en sí mismo, sino un rey tierno que se preocupa de nuestras necesidades. Jesús quiso por voluntad propia reconciliar, "todas las cosas, del cielo y de la tierra, y darles la paz por medio de su sangre, derramada en la cruz". Suena muy poético esto de "derramar su sangre", pero para el judío esto les recuerda una ley del A.T. donde la liberación de un esclavo se firmaba con sangre (Ex 21, 6). Hasta ese punto llego nuestro rey por nosotros, firmar con su propia sangre nuestra liberación. Y a un rey como este vale la pena seguirlo. En el patíbulo de la cruz estaba su título "Este es el rey de los judíos", el cual Él llevaba con mucho orgullo, aunque Pilato lo mandó a escribir en forma de mofa. Es con este rey que cobra sentido el comienzo de la realización de la historia de la salvación y con Él comienza nuestro año litúrgico en la espera de su nacimiento. Debemos estar velando y en oración en la espera del Mesías, para como Dimas (el buen ladrón) decirle, "Señor cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí".
El comienzo del año litúrgico es tiempo de espera, por eso se usa el morado o púrpura que no significa un tiempo de muerte o tristeza sino un tiempo de esperanza. El profeta Isaías nos habla del monte de la casa del Señor que está en lo alto de las montañas y como, "hacia él confluirán todas las naciones". Es este sentido el que debe guiar nuestra vida y de una forma especial la celebración de esta época. Como cuando viene un familiar a nuestra casa y nosotros empezamos a limpiar, arreglar y preparar nuestra casa para la llegada de nuestro familiar. Queremos que todo esté perfecto para la llegada de nuestro ser querido. Todo es expectative, especialmente si ha pasado mucho tiempo que no lo hemos visto. Estamos ansiosos por saber si él o ella está más gordo, flaco, si ha avejentado, etc. Dentro de esa preparación nosotros también nos vamos preparando. Como cuando vamos para una fiesta e inmediatamente acudimos al salón de belleza, a comprar ropa, calzado, queremos estar regios para la ocasión. Es un momento importante en nuestras vidas y hay que estar preparados. De la misma forma nuestra vida de fe debe ser una de constante preparación, "porque no saben qué día va a venir su Señor". La Iglesia guiada por el Espíritu Santo también nos ayuda a prepararnos en nuestro camino de fe. Ella como buena madre ha instituido dos épocas de preparación durante el año litúrgico Adviento y Cuaresma.
Por eso bien claramente nos advierte San Pablo, "Ya es hora de que se despierten del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer". A que casa me refiero cuando pongo el ejemplo anterior. Es la casa de nuestro corazón. El Señor no habita en mansiones suntuosas, ni palacios, sino en nuestro humilde corazón y uno contrito y humillado. El salmo nos dice que la tierra o el mundo es estrado de sus pies. Un Dios, tan grande como nuestro Dios, sin embargo, quiere habitar en nuestro corazoncito tan pequeñito. Así es nuestro Dios, sencillo, no es complicado como los seres humanos que entre más conocimiento tienen más complicados son. Aprovechemos la oportunidad que Dios nos está dando en esta época de Adviento para prepararnos con una buena confesión, hacer obras de misericordia, servir a nuestro prójimo (el otro o la otra) y nuestro próximo (nuestra familia). Qué al llegar el tercer domingo de Adviento tengamos la alegría de la próxima venida de nuestro salvador y rey Jesús. Pidamos a María la Virgen Inmaculada en la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, que vele con nosotros y nos ayude a estar preparados para la llegada del niño en el pesebre de nuestro corazón.
Mis oraciones se elevan al cielo por todos nosotros para que cuando llegue el Señor escuchemos las palabras con las que respondió a la pregunta de Dimas, "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso". ¡Qué María la llena de gracia y Jesús el Emmanuel los bendigan en estas navidades!
El Hermano Lozada, CSJE, es el director del Apostolado Hispano de la Diócesis de Rochester y del Instituto de Pastoral Hispano en la Escuela de Teología y Ministerio San Bernardo.