En 1963 cuando estaba en la escuela de postgrados de la Universidad de Columbia, vivía con mi esposa, Penny, y nuestros tres hijos, quienes tenían 7 y 3 años y 6 meses, en un pequeño departamento de un solo dormitorio en el Bronx.
Tenía una beca de la Fundación Ford que apenas pagaba la cuota, alquiler y comestibles. Al acercarse la Navidad, nos dimos cuenta que no teníamos el espacio ni el dinero para comprar el árbol de Navidad.
Por eso le llegó la idea a Penny de pegar las cartas de Navidad en la pared en la figura de un árbol y poner los regalos para los niños debajo en el suelo.
En Albuquerque, donde habíamos vivido antes de mudarnos a Nueva York, yo había servido en el consejo parroquial y Penny y yo éramos miembros del Movimiento Familiar Cristiano. Teníamos muchos amigos y una extensa familia de quienes esperamos correo para la Navidad.
Pero día tras día paso y no recibimos las tarjetas que esperábamos. Por fin, en el último día de reparto de correo cuando ya nos desesperábamos, llegaron suficientes cartas de Navidad para hacer la figura del árbol. Fue un símbolo clave de lo que significa la fiesta.
La celebración del nacimiento de Jesús nos une con nuestros amigos y familia. Es la temporada del año cuando contamos recibir noticias de aquellos más cerca y queridos. Las tarjetas de Navidad vienen hasta de conocidos que normalmente no nos escriben. Hay algo en esta fiesta que quiere recoger a todos. Realizamos otra vez que pertenecemos a una familia, una comunidad, una red de amistad y amor.
Aún, la Navidad nos reta ir allende de familia, amigos y conocidos y abrazar toda la familia humana. Por eso los ángeles proclamaron en la primera Navidad: "Gloria a Dios en las alturas y paz a todos los hombres de buena voluntad".
Esa invitación abarca a todas las razas, incluso los extranjeros e inmigrantes entre nosotros. Quedamos muy lejos de realizar ese ideal.
Hispanos de Estados Unidos con raíces en Latinoamérica y el Caribe tienen una linda tradición de regresar a su patria para la Navidad.
Para un pueblo que a menudo encuentra rechazo aquí, el volver es un modo de experimentar otra vez lo que significa bienvenida, ser valorado y querido.
Es así como la gente recarga su dignidad humana, sana y nutre su auto-estima, para volver otra vez al ruedo de su lucha por vida y por el futuro de sus hijos.
La canción "I’ll be home for Christmas" (Estaré en mi casa para la Navidad) toca el corazón humano porque reconoce que para quizás la mayoría de nosotros, volver es caso de repasar nuestras memorias y recordar nuestros sueños.
Sin embargo, el hogar al fin y al cabo no es sólo el lugar que dejamos sino también lo que portamos con nosotros: valores, cultura, fe, experiencias e historia familiar. No necesitamos dinero, tarjeta verde u otros documentos para revisitar ese hogar. Siempre está con nosotros.El teólogo hispano Fernando Segovia, enfocando latinos en Estados Unidos, escribió:
"Somos un pueblo viviendo en dos mundos, lejos de nuestro hogar tradicional, creando y estableciendo un nuevo hogar".
Esas palabras resumen bien el desafío enfrentando a los cristianos cada vez que llega la Navidad.
Aunque lejos de nuestro hogar eterno, tenemos que dedicarnos a la misión que empezó en el establo de Belén 2,000 años pasados: crear y establecer el reino de Dios de amor y justicia por todo el mundo.
Nuestra imaginación nos revela un sin número de modos de desempeñar esa misión.
Sandoval es un columnista de Catholic News Service.