Recientemente, vi otra vez la película "Les Miserables", inspirada por la novela de Víctor Hugo sobre misericordia y redención.
La compasión de un obispo redime a un ladrón, pero un oficial de la policía no puede perdonar, ni a sí mismo. Me sorprendió la relevancia de Hugo para nuestra vida actual.
Abundan ejemplares de compasión y redención. Cuando Clare Effiong, afroamericana de New Rochelle, Nueva York, fue a Ruanda hace diez años para ver las consecuencias del genocidio en 1994, la desoló ver cientos de niños huérfanos residiendo en el basurero.
Rehusaban salir, diciendo que nadie los quería, pero Wayesu Justus, de siete años, sí se acercó, y dijo: "Yo quiero ir a la escuela".
Effiong lo llevó a su habitación, lo bañó, lo inscribió en una escuela y le halló hospedaje. Justus había vivido en el basurero tres años.
Así empezó la Esther’s Aid, una empresa caritativa con base en la fe nombrada por la Esther bíblica. Esta organización, cuyo equipo en Nueva York consiste totalmente de voluntarios, ha rescatado a 3,000 huérfanos y niños de la calle en Ruanda.
Estableció una escuela primaria libre y centros de entrenamiento en mecánica automovilista, servicio de banquetes, soldadura, y costura, y alimenta a cientos de víctimas de SIDA.
Justus, el primer niño que Effiong rescató, asistió a la celebración del décimo aniversario de Esther’s Aid el pasado otoño en New Rochelle.
Ahora de 17 años, un elocuente y listo alumno en escuela superior que aspira a ser médico, él le dijo a un reportero del periódico local de Gannett: "Si estos niños reciben la oportunidad de asistir a la escuela o de salir de la calle, pueden ser buena gente, gente importante".
En otra historia inspiradora, la respuesta personal de un médico a la crisis de cuidado médico, el Doctor Lloyd Hamilton, de 81 años, empezó una clínica libre en Nyack, Nueva York.
Su generosidad inspiró al Padre Rees Doughty, pastor de la Parroquia de Santa Ana en Nyack, a proporcionar oficina en un ex-convento. Amigos de Hamilton, incluso un comerciante anónimo y una fundación de la universidad Harvard, contribuyeron $31,000. Otros donaron el seguro de mala práctica, servicios de enfermería y hasta de limpieza.
Lamentablemente, también vemos dureza de corazón. En una columna en el New York Times, "¿Vamos a permitir que John muera?" Nicholas D. Kristof escribe sobre John Brodniak, de 23 años, que padece de un derrame de sangre en el cerebro causado por crecimiento anormal de los vasos sanguíneos.
Incapacitado, Brodniak perdió su seguro médico y su puesto de capataz en un aserradero. Por eso, no recibe la cirugía necesaria.
Tales situaciones son comunes, Kristof escribió. Un estudio de Harvard muestra que casi 45,000 ciudadanos mueren en los Estados Unidos prematuramente cada año porque carecen de seguro. Sin embargo, la ley que les ayudaría ha demorado décadas en lograr la posibilidad de ser legislada. Y el resultado probable todavia excluye mucha gente del sistema.
En otro caso, un estudio por representantes de ambos partidos y de una organización de derechos humanos concluyó que crecientes números de no-ciudadanos, incluso inmigrantes legales, son detenidos innecesariamente y trasladados descuidadamente en un caro sistema de detención que niega a muchos la justicia básica.
El sistema esta tan desordenado que algunos de los detenidos no reciben noticia propia de porqué han sido detenidos.
En "Los Miserables", el obispo de dice al ladrón de sus platos de plata, "Jean Valjean, mi hermano, ya no perteneces a lo malo sino a lo bueno".
Si no reconocemos nuestra hermandad común con las víctimas del genocidio, las víctimas de un sistema injusto que le niega cuidado médico a millones y las victimas de pobreza y opresión obligadas a venir a los EE.UU. buscando sobrevivir, enfrentamos un triste futuro.
Sandoval es una columnista de Catholic News Service.