Era una vacación a mi tierra para renovar mi espíritu en la cordillera de Nuevo México, en montañas apropiadamente nombradas Montañas Sangre de Cristo, por el matiz rojo que muestran durante ciertas horas del día. Ciertamente así se veian, pero inspiración logre de una visita a un primo sufriendo de cáncer del páncreas.
El día que mi esposa Penny, mi hijo Jaime y yo visitamos a José Perea, había tenido cita con su médico, quien le dijo que la quimioterapia ya no era efectiva. Pero al regresar a su casa estaba tan animado como siempre. Dijo que le preguntó al médico si era posible ir a un casino cerca de Denver.
"Me dijo que podía hacer lo que quisiera, porque no me puedo llevar mi dinero conmigo cuando me muera", José dijo. "Pero, sabes tú, creo que está equivocado. Antes de morir, voy a hacer un cheque a mi nombre, y cuando muera lo voy a tener en la mano".
Hablamos de un crucero que tomamos hacia Alaska y las risas que compartimos esa vez y en otras ocasiones. Vimos en él ese espíritu que durante una vida dura no se ha dejado vencer por la desesperación.
Era un huérfano cuya primera memoria de su niñez era de su madre muriendo de tuberculosis cuando él tenía cuatro años. Después él fue llevado de un abuelo al otro, a una tía, incluso a un primo.
Cuando tenía 12 años, volvió otra vez a vivir con el abuelo Perea. Su abuela Josefita había muerto y su abuelo se había casado de nuevo, pero su nueva esposa no quería a José.
Por eso, cuando tenía 13 años, el abuelo Perea le dijo: "Tienes que irte. Sugiero que te vayas a Colorado. Hay mucho trabajo allí. No podemos pagar por tu pasaje, pero te puedes inscribir con el Departamento de Labor".
Pero primero le enseñó algo para sobrevivir. "Tomó un lienzo de lona y me dijo que le traerá una camisa, un par de pantalones, calcetines y un cepillo de dientes y me mostró como enrollarlos", José recordó.
Desde ese día en adelante, José fue independiente, trabajando en los campos la cebolla en Colorado, como un asistente en el hospital de enfermedades mentales en Las Vegas, Nuevo México, donde tuvo que mentir sobre su edad para conseguir trabajo, mientras al mismo tiempo estudiaba para sacar su bachillerato.
A la edad de 17 se inscribió en las Fuerzas Armadas después de un accidente trágico en cual su auto perdió una rueda y su primo, Enrique, su mejor amigo, murió. En Corea su unidad de ejército ya llegaba al Río Yalu cuando un millón de Chinos invadieron. Pasó seis meses en la primera línea de defensa del ejercito porque sus superiores se olvidaron de él.
Al regresar sano a casa, por sus propios esfuerzos recibió su licenciatura universitaria, luego su maestría, y finalmente su doctorado en educación. Trabajó como profesor universitario, vicepresidente de una rama de Community College de Denver, fue superintendente de escuelas públicas en los pueblos de Vaughn y Las Vegas en Nuevo México.
Él y su esposa, Stella, criaron seis hijos, entre ellos una farmacéutica, una técnica de equipo de manufactura, una ingeniera de sistemas y un ejecutivo. A los 84 años, José puede sentir que ha vivido una vida muy productiva.
Después de nuestra visita, José pudo ir a Denver, donde tres de mis hermanos, dos hermanas, esposas y esposos, mi prima Teddy y su hijo Harold y amigos le dieron la bienvenida con una linda recepción.
El huérfano quien nadie quería había creado una familia que extendía más allá de sus hijos y otros familiares. Él dijo: "Lo que Dios tenga para mí, sé que será para lo mejor".
Sandoval es un columnista de Catholic News Service.