Uno de los músculos de una cadera me está molestando hoy. A veces el dolor (nunca severo) me hace hacer una mueca; otras veces sonrío. La mueca se debe al dolor, la sonrisa al recuerdo de su origen.
El dolor se debe a mi decisión de sentarme en el suelo con un grupo de adolescentes de la parroquia de la Transfiguración en Pittsford. Los doce estudiantes están participando en una semana de inmersión en la comunidad y en servicios para la comunidad patrocinada por el Cuerpo de Voluntarios de la Hermanas de San José de Rochester.
Basados en el antiguo convento de la Parroquia San Bonifacio, los adolescentes, bajo la dirección de las hermanas comparten la comida de la noche juntos. Después de la comida y de recoger y fregar los platos, se reúnen para rezar y compartir las experiencias del día. Se les invita a hablar sobre lo que hicieron, las personas con quienes se encontraron, lo que aprendieron y como todo influyó, retó o reforzó su fe.
El primer día, visitaron en grupo todos los lugares donde iban a servir durante la semana. Después de ese día, se les asigna, de dos en dos,, para el resto de la semana uno de los lugares que visitaron. Los lugares incluyen La Casa Bethany, Mary’s Place, St. Martin’s Place, St. Peter’s Kitchen, Morningstar y Daystar. Durante la semana ellos servirán a mujeres que necesitan seguridad y apoyo, los hambrientos, niños y bebés frágiles y refugiados de otras naciones, y también aprenderán mucho de ellos.
Compartir la comida de la primera noche y sentarme en el piso con estos adolescentes que están adquiriendo madurez, me dio el privilegio de escuchar por qué decidieron hacer esta experiencia de inmersión. Algunos se sintieron atraídos por la oportunidad de vivir en comunidad con sus compañeros; otros querían aprender sobre la vida urbana. Algunos querían hacer una diferencia. Todos de alguna manera u otra relacionaron su decisión a su fe y al deseo de aprender más de la vida y sobre ellos mismos. Dos de las muchachas dijeron que lo habían hecho ya antes y volvieron porque la experiencia era algo que "cambiaba la vida". Algo muy poderoso, ¿no les parece?
He mantenido en mis oraciones a las hermanas y a los adolescentes desde esa noche maravillosa. No dudo que sus experiencias de la semana serán una gracia para cada uno. Uno nunca puede servir a los demás con amor, especialmente si son hermanas o hermanos en necesidad, sin encontrar a Dios. No dudo que cuando compartan entre sí sus experiencias en sus sesiones de reflexión, dirán que aunque tenían la intención de servir, recibieron más de lo que dieron.
Quiero expresar mi admiración por estos muchachos, por su generosidad de dedicar una semana de sus vacaciones de verano a la comunidad, a la oración y al servicio de los otros. También quiero expresar mi gratitud a las Hermanas de San José por proveer una oportunidad tan buena a nuestros jóvenes amigos.
Paz para todos.