Mayo 2016
Mis queridos hermanos y hermanas:
En esta edición de mayo de El Mensajero es un placer compartir con ustedes algunas reflexiones que expresan mi propia admiración por los que viven estas vocaciones.
En el Cuarto Domingo de Pascuas, el Evangelio en la Misa era el del Buen Pastor. Al meditar sobre el tema del Buen Pastor, vamos al Evangelio de San Juan, capítulo 10. Allí oímos la voz de Jesús diciendo: "Mis ovejas oyen mi voz". ¿Pero cómo la oyen si nadie hace eco de la misma? Jesús continua diciendo: "Yo las conozco y ellas me siguen". Pero ¿cómo pueden ellas seguirle si nadie hace que le conozcan y las lleven donde Él? Jesús proclama el gran don que Él otorga a su rebaño: "Yo les doy vida eterna y nunca morirán". Pero ¿cómo ellas reciben esta vida si nadie la administra a ellas? Finalmente, Jesús dice estas palabras preciosas del Pastor que protege: "Nadie me las puede quitar". Pero ¿cómo ellas conocen, creen y experimentan esta seguridad si no hay nadie para protegerlas, para que dejen de deambular y para reasegurar a las que no deambulan?
Jesús mismo respondió todas estas preguntas en las palabras que más tarde diría en la Última Cena: "Hagan esto en memoria mía". Porque en el momento cuando nos dio el más sagrado sacramento de Su Cuerpo y Sangre, nos dio también los que seguirían dándolo a nosotros en memoria de Él hasta que Él vuelva al final de los tiempos. El don de la Eucaristía es inseparable del don del sacerdocio. Pero el don del Evangelio también es inseparable del sacerdocio. Ya que el Evangelio y la Eucaristía no son "cosas", sino el Verbo vivo y el Cuerpo vivo del Señor dados a nosotros, su poder y disponibilidad para nosotros vienen por los que Cristo ha escogido para ser los signos vivientes y los instrumentos vivientes de Su presencia, como el gran Sumo Sacerdote de la religión de Dios. Las palabras propias de un sacerdote han de ser basadas en el Verbo de Cristo; la persona propia de un sacerdote ha de radiar y reflejar el Cuerpo del Señor que se ha consagrado a Él para el bien de sus hermanos y hermanas en la familia de Dios.
Con un amor fraternal, Cristo llama nuevos discípulos de cualquier era para compartir Su ministerio sagrado, para renovar el sacrificio de nuestra redención en la Misa, para dirigir Su pueblo santo en amor, para nutrirles con Su Palabra, y fortalecerles en los sacramentos. Los sacerdotes están llamados para dar sus vidas al servicio de Cristo y para la salvación de Su pueblo. Ellos han de esforzarse para crecer en la semejanza de Cristo y honrar al Padre por el valiente testimonio de fe y amor.
La misión del sacerdote es compartida y apoyada por los que sirven al Señor sin reserva como religiosos consagrados y diáconos permanentes en la iglesia. Al reflexionar en la historia de la iglesia en los Estados Unidos, tenemos que reconocer que cuando nuestras hermanas y hermanos llegaron a este nuevo mundo para comenzar una nueva vida, la iglesia les acompañó con sacerdotes y hermanas y hermanos religiosos. Tan pronto como esta gente de lugares lejanos desembarcó en estas playas, se construyeron escuelas, hospitales y hogares para huérfanos, refugiados y abandonados. Con fidelidad a sus votos de pobreza, castidad y obediencia, los religiosos fueron el rostro de Jesús para los que estaban ansiosos, cansados y preocupados al llegar a un sitio tan diferente de lo que ellos habían conocido. Si estos Estados Unidos llegaron a ser su hogar para estas hermanas y hermanos, se debió en gran parte al valiente testimonio de los religiosos y sacerdotes. De tantas maneras ellos vivían las palabras de la Estatua de la Libertad: "Dame tus cansados, tus pobres, tus masas hacinadas anhelando respirar en libertad". Hoy este ministerio continúa, adaptándose a las necesidades de nuestra era y ayudado por la renovación del diaconato permanente.Pero no importa la edad, la fuerza de las vocaciones depende de la unión con el Señor en la Más Sagrada Eucaristía, Su perfecta y permanente presencia entre nosotros.
Cristo está con nosotros y es Cristo quien llama a todos nosotros para levantarnos y seguirle. Es Cristo que hoy día llama a los hombres al ministerio ordenado y a hombres y mujeres a la vida consagrada. Es una llamada para abandonar todas las cosas para servirle en los apostolados de la iglesia. Es una vida que se opone al narcisismo contra lo cual Papa Francisco advierte en su Exhortación Apostólica Post Sínodo, Amoris Laetitia: "Narcisismo conlleva la incapacidad para mirar más allá de sí mismos, más allá de sus propios deseos y necesidades" (¶39, p. 29). Se espera que los consagrados al servicio de Jesucristo, imitando al Buen Pastor, pongan las necesidades de los encomendados a su cuidado pastoral por encima de sus propias necesidades. El amor de los ministros de Cristo para su novia, la iglesia y su pueblo es el mismo amor que el Papa Francisco llama a que las parejas casadas aspiren: "Es un amor que nunca se rinde, incluso en la hora más oscura" (Ibíd., ¶118, p. 88). Es un amor que es compasivo y empático, pero a la misma vez evitando "una actitud tibia, cualquier tipo de relativismo o una reticencia indebida en proponer el ideal’, porque por hacer esto "sería una falta de fidelidad al Evangelio y también de amor por parte de la Iglesia…" (¶ 307, p. 239). Los ministros ordenados y religiosos consagrados con votos "se ensucian con el barro de la calle" (¶308, p. 240), como pasó a aquellos misioneros que llegaron inicialmente a este país y se insertaron en cada aspecto de su vida.
A Cristo no le falta la voluntad de proveer sacerdotes, diáconos y religiosos a nuestra era. A nosotros nos pueda faltar nuestra fe y constancia para rezar al Señor de la cosecha; para hablar positivamente el uno al otro sobre el sacerdocio, la vida religiosa y el diaconato; para promover en nuestros jóvenes el celo y la generosidad para hacer este gran acto de amor de sacrificio. Muchos jóvenes tienen dudas sobre ellos mismos, su propio valor, sus propias capacidades para tener deseos fuertes y santos; ellos necesitan ánimo, liderazgo y perspectivas eternas. Aunque puedo entender sus preocupaciones, repito las palabras de Jesús: "No se turben. Ustedes confían en Dios: Confíen también en mí" (Juan 14:1). De verdad, los últimos años han presentado algunos ejemplos muy pobres y escandalosos de sacerdotes y religiosos que traicionaron a los miembros de su rebaño. Pero recuerde también el gran número de los fieles, recuerde los santos y mártires en la historia larga de la iglesia; recuerde los sacerdotes que hasta el máximo de 65 años diariamente y fielmente llevaban a cabo su ministerio de cuidar de las ovejas del Señor, de ser el eco de Su voz, de administrar Su vida; los muchos religiosos en sus años de mayor edad que mantienen la llama de vida apostólica ardiendo en sus corazones.
No vamos a fortalecer nuestra iglesia o nuestro mundo al mantenernos al margen o volver a vivir nuestras memorias del pasado. Tenemos que inspirar a nuestros jóvenes para hacer el bien, ser generosos de corazón, construir, promover valores mejores y más altos. Los corazones cariñosos de una madre y un padre, enraizados en el amor de Cristo y Su iglesia, son ciertamente el suelo más fértil para que un hijo o hija perciba y responda a la llamada de Cristo. "‘Las parejas cristianas son, uno para el otro, para sus hijos y para sus familiares cooperadores de gracia y testigos de la fe. Dios les llama para otorgar vida y cuidar la vida" (Ibid. ¶ 321, p. 251).
Los futuros sacerdotes, diáconos y religiosos, quienquiera que sean, dondequiera que estén, y cualquier cosa que estén haciendo: La Santa Madre Iglesia les necesita; el Salvador les llama; las ovejas perdidas y que están sufriendo les anhelan. ¡Sean valientes! ¡Preséntense alegremente con un amor de Pastor de manera que la gente pueda conocer y amar a Jesucristo y por sus ministerios regocijarse en la certeza de la presencia de Jesús entre nosotros, y exultarse en la vida gloriosa de los hijos e hijas de Dios!
Para concluir, a nuestro devoto laicado que ayuda a nuestros sacerdotes, diáconos y religiosos en el cumplimiento de nuestros servicios pastorales – a los administradores de nuestras parroquias y los números incontables de laicos en nuestras parroquias, instituciones y misiones caritativas que tan devotamente nos ayudan y lo hacen con un espíritu admirable de humildad, alegría y fe profunda – a todos ustedes digo gracias y otra vez gracias. En este mes dedicado a nuestra Bendita Madre María, pedimos que ella guie a nuestros jóvenes para discernir sus vocaciones para que de nuevo el Verbo llegue a hacerse carne entre nosotros. ¡Que Dios bendiga todos nuestros esfuerzos para crear un mundo donde la fe es real, el amor es vivido, abunda la caridad y la paz descansa sobre todos nosotros!
Asegurándole de mis oraciones en esta época sagrada de Pascuas, quedo
Devotamente suyo en Cristo,
El Reverendísimo Salvatore R. Matano
Obispo de Rochester