Hosffman Ospino, a professor of theology and religious education at Boston College, writes the "Journeying Together/Caminando juntos" column for Catholic News Service. (CNS photo/Lee Pellegrini, Boston College) Hosffman Ospino, a professor of theology and religious education at Boston College, writes the "Journeying Together/Caminando juntos" column for Catholic News Service. (CNS photo/Lee Pellegrini, Boston College)

Cuando los católicos hablamos de los inmigrantes y refugiados

Hablar de inmigración y refugiados en los Estados Unidos de América en este momento histórico trae consigo ciertos riesgos. Uno nunca sabe qué posición tendrá la persona con la que se habla de este tema. Tampoco se sabe con certeza si se nos invitará a tener dicha conversación otra vez.

Mientras que muchos católicos prefieren guardar silencio ante el tema migratorio para evitar conflictos, es irónico que las redes sociales y los medios de comunicación no dejan de hablar del tema.

Sin embargo, no hay ironía sin consecuencias. Muchas voces ruidosas y fundamentadas en el prejuicio hacen fiesta ante el silencio de las voces que son más moderadas y más conocedoras de la tradición católica sobre temas migratorios y de refugiados.

El silencio tiene consecuencias. Permanecer en silencio antes los excesos de personas que demonizan a los inmigrantes y tergiversan sus experiencias para así obtener prebendas políticas o sociales tiene consecuencias. Permanecer en silencio al no afirmar la dignidad de toda persona inmigrante y refugiada tiene consecuencias.

No es la primera vez en la historia de nuestra nación que conversaciones sobre inmigración y refugiados generan tensiones. Algunas de ellas han concluido en prácticas de exclusión y violencia contra grupos inmigrantes. ¿Hemos aprendido algo de esta historia?

Si no es así, es urgente entonces que todo programa catequético para niños y adultos católicos en nuestro día dedique el tiempo necesario para estudiar en serio las consecuencias de una retórica perniciosa contra los inmigrantes. Los católicos europeos que llegaron a los Estados Unidos hace un poco más de un siglo experimentaron bastantes prejuicios.

No olvidemos el trato brutal que recibieron los inmigrantes africanos que fueron traídos a nuestra nación bajo condiciones profundamente deshumanizadoras. Décadas de discriminación hacia inmigrantes de Asia, América Latina y el Caribe nos deben hacer pensar un poco más.

Tenemos que sacar el tiempo para sopesar las consecuencias de mantenerse en silencio ante el maltrato y la explotación de inmigrantes en otras sociedades. Hay lecciones importantes para aprender sobre el final trágico de aquellos refugiados a quienes naciones que los pudieron haber recibido negaron el asilo.

La ignorancia promueve el silencio. Aun cuando alguien habla, si lo hace con prejuicio silencia la verdad. La ignorancia y el silencio juntos nos hacen cómplices del pecado.

He estado siguiendo varios debates recientes en los Estados Unidos sobre la inmigración y los refugiados. Hacer esto con frecuencia me causa dolor. Más doloroso es descubrir que un buen número de las voces ruidosas y fundamentadas en el prejuicio hablando de los inmigrantes y los refugiados son católicas.

El dolor es más agudo cuando muchos católicos, especialmente aquellos en posiciones de liderazgo tanto en la iglesia como en la sociedad, deciden mantenerse en silencio ante las voces ruidosas y fundamentadas en el prejuicio — católicas y no católicas — o carecen del valor de hablar proféticamente.

Me pregunto, ¿leímos la misma Biblia? ¿Estudiamos el mismo Catecismo de la Iglesia Católica? ¿Le pusimos atención a las enseñanzas sociales de la iglesia sobre inmigración y refugiados? ¿Escuchamos alguna vez que rechazar al prójimo es equivalente a rechazar a Jesús?

Esta conversación es bastante personal en mi caso. Soy un inmigrante y tengo familiares que también lo son. Sirvo en una comunidad constituida por miles de inmigrantes. Sé que muchas de las personas que están dándole vida nueva a miles de parroquias católicas en el país son inmigrantes.

No todos los católicos tienen que ser inmigrantes o refugiados para acercarse a esta conversación de una manera personal, por supuesto. Tampoco se necesita ser parte de una parroquia con un gran número de inmigrantes para afirmar la dignidad de mujeres y hombres migrantes.

A medida que la conversación sobre inmigración y refugiados continúa, los católicos en los Estados Unidos tenemos que asumir cuatro responsabilidades: Denunciar con voz profética cualquier tipo de retórica perniciosa en relación a estos temas, recordar nuestra propia historia, educarnos sobre quiénes son los inmigrantes y por qué han llegado a nuestro país, y afirmar la dignidad humana de cada inmigrante y refugiado.

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Ospino es profesor de teología y educación religiosa en Boston College.

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