No oído oyó, ni ojo alguno vio que un Dios, fuera de ti, hiciera tanto a favor de quien confía en Él.
Mis queridos hermanos y
hermanas en Cristo:
El domingo, 3 de diciembre, empezamos la temporada litúrgica de Adviento en preparación para la celebración del nacimiento de Cristo el Día de Navidad. En la primera lectura de Isaías proclamada ese día, escuchamos estas palabras: “No oído oyó, ni ojo alguno vio que un Dios, fuera de ti, hiciera tanto a favor de quien confía en ÉL” (Isaías 64:3). Las maravillosas obras de Dios fueron testificadas con fuerza en Jesús cuando vino entre nosotros en el poderoso don de la Encarnación. En los Santos Evangelios leemos que Jesús pidió a Sus discípulos que informaran Sus obras a Juan el Bautista, quien preguntó si en verdad este era el Mesías: “Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: que los ciegos ven, que los cojos andan, que los leprosos quedan sanos, que los sordos oyen, que los muertos resucitan y que se predica el Evangelio a los pobres” (Mateo 11:4-5; Lucas 7:22).
Al meditar sobre estas palabras, ¡uno no puede dejar de preguntarse cómo es que Jesús terminaría Su misión terrenal en crucifixión después de que la gente había visto tales obras maravillosas! ¿Qué posiblemente pudo pasar? ¡Quizás estas curaciones milagrosas hechas por Jesús fueron mucho más atractivas que los desafíos que Jesús les planteó a sus oyentes: tomar sus cruces y seguirlo; creer que la Eucaristía es Su Cuerpo y Sangre; vivir las Bienaventuranzas; perdonar; amar a los demás como Él primero nos ha amado! Jesús fue aceptable, incluso maravilloso, siempre y cuando se mantuviera a distancia, no interfiriera con sus vidas, les dejara seguir su propio camino después de servir sus propósitos.
Debemos estar atentos a la voz de Jesús, no sea que no nos diferenciemos de las muchedumbres que el Domingo de Ramos gritaban, “Hosanna”, pero unos pocos días más tarde gritaban, “Crucifícalo” el Viernes Santo. Siempre que Jesús retorne al tabernáculo y no haga demandas sobre nosotros durante nuestras vidas diarias, todo esté bien. Pero cuando, desde el tabernáculo, Él espera que proclamemos Su presencia en el hogar, la escuela, en el vecindario y en el lugar de trabajo, entonces la fe se torna incómoda, y Jesús, ya sea con intención o sin intención, puede ser ignorado.
“Porque la angustia más profunda de los hombres de hoy no se debe a la crisis de nuestros recursos materiales; el problema es que las ventanas que dan acceso a Dios han sido tapiadas, y en consecuencia corremos el riesgo de perder el aire que respira nuestro corazón, el núcleo de la libertad y la dignidad humanas ” (Benedicto XVI, La Bendición de Navidad, p. 94). Nuestro silencio permite que otros adelanten agendas y culturas contrarias al Evangelio. El respeto por la dignidad de cada persona se ve frustrado por la objetivación de las personas para involucrarse egoístamente en acciones inmorales. Podemos volvernos insensibles a la violencia, indiferentes a los pobres y no tener interés en crear una sociedad justa y moral para las generaciones futuras.
Al celebrar el 150o aniversario de la fundación de nuestra diócesis, llegamos a apreciar más profundamente el celo y el entusiasmo de nuestros antepasados, que hicieron oír sus voces y su presencia reconocida al construir parroquias, escuelas y hospitales, y crearon una impresionante red de agencias benéficas. A medida que la diócesis crecía, la presencia de Jesús se sintió en cada iniciativa. El Obispo Fulton J. Sheen, sexto obispo de Rochester, expresó firmemente esta centralidad divina de nuestra historia: “El ‘Dedo del Amor de Dios’ es nuestra historia diocesana; y Dios en la historia de nuestra Diócesis no es un comodín en un paquete de barajas, para ser golpeado en la mesa para una jugada importante. Dios está en nuestra historia como el alma en el cuerpo, porque ‘en él vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser’”. (Obispo Fulton J. Sheen, Prefacio, La Diócesis de Rochester en América 1868-1993 por el Padre Robert F. McNamara, segunda edición, 1998, p. xiii).
Al prepararnos para celebrar el nacimiento de Nuestro Salvador, Jesucristo, este Año de la Eucaristía diocesano debe renovar y fortalecer nuestra creencia en la presencia continua, encarnada de Jesús en la Más Sagrada Eucaristía. Aquel que se hizo carne en el vientre de la Santísima Virgen María permanece entre nosotros, cuerpo, sangre, alma y divinidad en el Santísimo Sacramento. Cuando Jesús viene a nosotros, debemos responder y nuestra respuesta a y por Él debe darnos la valentía para elevarnos por encima de la indiferencia en servicio a nuestras hermanas y hermanos en la familia de Dios. El Papa Francisco, al igual que Benedicto XVI, nos recuerda que: “La crisis actual no es solamente económica y financiera, pero está arraigada en una crisis ética y antropológica. La preocupación con los ídolos del poder, las ganancias y el dinero, más que con el valor de la persona humana, se ha convertido en una norma básica para el funcionamiento y un criterio crucial para la organización” (Papa Francisco, La Iglesia de Misericordia, p. 130).
Desde la simplicidad de la cueva en Belén, surgieron verdades eternas que hasta nuestros días, y cada vez más, han sido la base del desarrollo humano: verdades que protegieron a la humanidad desde la concepción hasta la muerte natural, crearon un hogar para el refugiado, proveyeron para los pobres, iluminaron a los educados y no educados y llevaron a los enfermos por el umbral a la vida eterna.
Estos valores permanecen como los dones del Salvador a nosotros y nos llama a compartirlos con nuestras hermanas y hermanos en la familia de Dios. Y el niño en la cuna en Belén nos invita a renovar nuestra fe en Él cada día, ya que cada día Él abre Sus brazos para recibirnos al igual que Él recibió a los pastores y los magos. Viniendo de mundos diferentes, ellos se arrodillaron en adoración del único que salva, y los magos y los pastores se fueron como personas cambiadas. La Sagrada Escritura nos dice: “Después los pastores se fueron glorificando y alabando a Dios, porque todo lo que habían visto y oído, era tal como se lo habían anunciado” (Lucas 2:20). Los pastores nos recuerdan que: “La gloria de Dios no es un asunto privado que se deja al capricho arbitrario del individuo; es una cuestión de preocupación pública. Es un bien común, y donde Dios no es honrado entre Su pueblo, la persona tampoco puede ser honrada. Esta es la razón por la que Navidad es cuestión de paz entre la humanidad: gracias a la Navidad, la gloria de Dios ha sido establecida de una manera nueva entre su pueblo” (Benedicto XVI, La Bendición de la Navidad, p. 104).
En cuanto a los magos, los sabios: “Ellos se postran en la tierra frente a Él. Este es el homenaje ofrecido al rey divino. Los regalos traídos por los reyes magos… reconocen la dignidad real de Aquel a quien se ofrecen. Oro e incienso son mencionados también por Isaías 60:6 como regalos de homenaje que los Gentiles colocarían frente al Dios de Israel” (Benedicto XVI, Las Narraciones de la Infancia, Jesús de Nazaret, pp. 106-107).
Ruego para que la celebración del nacimiento de nuestro Salvador nos encuentre a la cuna, como los pastores y los magos, presentando al Niño el regalo de nuestra fe en Él, con todas las luchas e imperfecciones, y el regalo de nuestro deseo sincero de trabajar por la paz de la más santa de todas las noches, sin olvidar jamás el sufrimiento de tantos que todavía anhelan escuchar las voces angélicas proclamando la paz. Dejando la cuna como personas cambiadas, rogamos para que en nuestras vocaciones particulares traigamos alguna alegría a estas hermanas y hermanos, trayendo a ellos el júbilo de conocer a Jesús, un júbilo que ya reside en nuestros corazones.
Cuando vamos a Belén, “Dejemos que el júbilo de este día penetre nuestras almas. No es una ilusión. Es la verdad. Porque la verdad — la verdad definitiva y genuina — es bella. Y es buena. Cuando las personas se encuentran con ella, ellas llegan a ser buenas. La verdad nos habla en el Niño que es el Hijo propio de Dios” (Benedicto XVI, La Bendición de la Navidad, pp. 132-133).
Deseándoles una bendita Navidad y un feliz Año Nuevo, quedo
Devotamente suyo en Cristo,
Reverendísimo
+ Salvatore R. Matano
Obispo de Rochester