En esta columna el mes pasado, escribí sobre el proceso por el cual el noveno Obispo de Rochester será escogido por el Papa Benedicto XVI, un proceso que comenzará con una carta de renuncia enviada por mí a la Santa Sede cuando cumpla 75 años en julio del 2012, como prescribe la ley canóniga de la iglesia.
En esa columna, compartí mi deseo de que no caigamos en un modo pasivo, sino que aprovechemos al máximo el tiempo que tomará la transición completa a un nuevo obispo, cuya selección puede tomar, y a menudo toma, muchos meses después que mi carta llegue al Vaticano.
Verdaderamente, este momento de nuestra historia provee una oportunidad privilegiada para nuestra renovación, tanto como individuos y como comunidad de fe. Ahora que nos hallamos como en un puente entre todo lo que conocemos y hemos experimentado y nuestras esperanzas y sueños para el futuro, pienso en la palabra griega kairos. Traducida, la palabra significa un momento o periodo especial en el que uno tiene la oportunidad de lograr algo especial, la proverbial oportunidad de oro.
Para nosotros, el momento de Kairos, la oportunidad de oro, es la oportunidad de conocer mejor y más profundamente quienes somos, que opinamos, y como nos relacionamos los unos a los otros y con Dios. Esto nos ayudará a movernos con más confianza y sentido de dirección mientras cruzamos el puente hacia un nuevo mañana.
Hace varios meses, compartí con nuestro consejo presbiteral un instrumento que desarrollamos para ayudar a nuestros líderes pastorales a lidiar con algunos retos ahora y en el futuro. La meta de este instrumento era ayudar a nuestros líderes a seguir proporcionando un ministerio eficaz y con vigor en nuestros tiempos que cambian, a evaluar su efectividad y a desarrollar normas de liderazgo y de ministerio de alta calidad y vitalidad parroquial.
El instrumento se basa en cuatro pilares de excelencia de lo que consideramos una parroquia ideal, o lo que consideramos que son cuatro elementos necesarios para una vida parroquial vibrante: la evangelización y continua enseñanza de adultos y jóvenes; la centralidad del culto en nuestras vidas como cristianos; un sentido de misión y el cumplimiento de esa misión por medio del servicio a los otros, especialmente a los pobres.
Estas medidas involucran a nuestros líderes y ministros, que deben hacer preguntas relacionadas a la efectividad de la liturgia parroquial, a las homilías y a la calidad de la educación religiosa de adultos y jóvenes; hasta qué grado la Eucaristía, la celebración sacramental y la oración sean elementos centrales del culto, si la comunidad tiene una misión clara y como la efectúa, como ayuda a sus feligreses a vivir su conversión como cristianos, y como la comunidad vive la llamada de Jesús para servir a los demás.
Para promover la reflexión durante este tiempo de transición, pienso que este tipo de preguntas se puede modificar y podemos preguntarnos como estamos participando a las actividades de la parroquia
Yo les recomendaría no solo a los individuos, sino a las comunidades también, que piensen en los cuatro pilares descritos arriba: cómo aprendemos la fe, cómo la celebramos, cómo la compartimos y cómo la vivimos.
¿Cómo aprendemos y pasamos nuestra fe? Como adultos ¿estamos dispuestos a aprender más? ¿Somos participantes activos en la educación religiosa de nuestros niños?
¿Les enseñamos a rezar a nuestros niños? ¿Somos un buen ejemplo para nuestros niños en la práctica de la fe, tal como ir a Misa? ¿Saben nuestros niños las principales oraciones católicas? ¿Alentamos a nuestros niños a considerar la oración como parte vital de sus vidas? ¿Les inculcamos el amor a los sacramentos?.
¿Cómo vivimos nuestra fe en la actualidad? ¿Bien? ¿Cómo profundizamos y reforzamos nuestra fe? ¿Estamos viviendo los valores centrales de la fe extendiendo la mano a los necesitados, especialmente a los más vulnerables? ¿Somos sensibles a las necesidades de los otros y estamos dispuestos a compartir nuestro tiempo, tesoro y ayuda?
¿Cómo compartimos nuestra fe con otros, respondiendo al llamado de Jesús de ser "la sal y la luz" del mundo? ¿Usamos nuestra fe para iluminar la vida de los demás? ¿Vivimos nuestra fe no solo en la Misa, sino en nuestras familias, de la manera que tratamos a nuestros seres queridos y amistadas, en nuestro lugar de trabajo? ¿Cómo damos ejemplo de ser "cristianos"?
¿Somos participantes activos de nuestra comunidad de fe o participamos solo por obligación? ¿Tenemos hambre de la Eucaristía? Fuera de la experiencia de la Misa, ¿estamos unidos al Señor diariamente en la oración, junto con otros peregrinos en el camino espiritual? ¿Qué hacemos para desarrollar la comunidad, la comunidad que nos sustenta no solo cuando los tiempos son buenos, sino especialmente cuando no lo son?
¿Cómo nutrimos a esa comunidad en una era en la que nuestros mensajes son acallados por los medios de comunicación o reducidos a cortos textos?
Espero que estas preguntas les resulten beneficiosas a ustedes y a sus comunidades. No tengo la intención de sugerir que ustedes no hacen estas cosas bien sino la de guiarnos a todos a hacerlas mejor por nosotros mismos, por nuestra iglesia y por Cristo.
Paz para todos.