La decisión de nuestro Santo Padre, el Papa Benedicto XVI, de declarar un Año de la Fe, es algo que espero dé mucho fruto en nuestras vidas.
Su propósito es ayudar a los católicos a apreciar el don de la fe, profundizar sus relaciones con Dios y fortalecer su compromiso de compartir la fe con otros.
El Santo Padre expresó su esperanza de que ese año sea "un momento de gracia y compromiso a una conversión más profunda a Dios, para reforzar nuestra fe en él y para proclamarlo con alegría a la gente de nuestro tiempo". Además, el Papa Benedicto tiene la esperanza que el Año de la Fe nos dé "una energía renovada para llevar a cabo la misión de la iglesia, para sacar a los hombres y mujeres del desierto donde a menudo se hallan y llevarlos a un lugar de vida, de amistad con Cristo, quien nos da la plenitud de la vida".
Estoy encantado de que el Año de la Fe empiece el 11 de octubre del 2012, el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II. Me parece que al escoger esa fecha se destaca el compromiso del Santo Padre de vivir de acuerdo a las enseñanzas y direcciones pastorales del concilio.
Reflexionar sobre esa decisión evocó muchos recuerdos no solo de ese día de 1962 cuando el concilio comenzó, sino también de la vida de la iglesia en los años que han pasado desde entonces. En 1962, muchos en la iglesia deseaban una renovación y una actualización; vieron el concilio como un evento de gracia en el que la iglesia, bajo la dirección del Espíritu Santo, podía redescubrir, apreciar más profundamente y proclamar de manera pastoral y fructífera la plenitud de la revelación de Dios en Jesucristo.
Mucho ha pasado en esos 50 años. Yo pienso que aquellos de nosotros que vivimos esos tiempos estamos de acuerdo que la vida pastoral de la iglesia ha cambiado mucho. Por ejemplo: Hacemos el culto en un idioma diferente; ha habido un crecimiento dramático en la participación de los laicos en la vida de la iglesia; los viajes de los papas y la explosión de comunicaciones que hemos experimentado han destacado la presencia mundial de la iglesia y la interdependencia de todos en el mundo.
El hecho es que el número de aquellos que vivimos esos días disminuye con el pasar de los años, y cada vez más, los miembros de nuestra comunidad de fe pueden hablar del Concilio Vaticano II solo como un evento histórico, y no como algo que anticiparon con alegría y que vivieron con gran entusiasmo. Esas diferencias de perspectiva nos afectan a todos, y a menudo pueden ser una fuente de tensiones, hasta de desacuerdos. Pero cualquiera sea el momento en que nacimos, todos formamos parte de la misma iglesia y estamos llamados a participar de manera activa e informada en su misión de construir el Reino de Dios.
Mi deseo para esta iniciativa del Santo Padre es que sea una experiencia centrada en nuestra fe en Nuestro Señor Jesucristo, de paz y reconciliación para todos nosotros, como sea que necesitemos esos dones.
Paz para todos.