Evitando el abuso sexual de menores

Ningún otro problema en mis 31 años como obispo me ha causado más preocupaciones que el abuso sexual de menores por el clero o por cualquier persona, esté conectada o no con la iglesia. Me resulta repugnante que un sacerdote le haga daño a un niño o a algún adulto vulnerable y que haga esto dentro del marco sagrado de la iglesia, abusando de la confianza y del privilegio que le han otorgado.

Como se pueden imaginar, el reciente aluvión de noticias perturbadoras provenientes de varios países europeos con nuevas revelaciones de pasados abusos — incluyendo el escrutinio por los medios de comunicación al que ha sido sometido el Papa cuando era el Arzobispo de Munich en Alemania, hace mucho tiempo — me vuelve a recordar el trabajo que todavía se necesita hacer para eliminar este problema de la iglesia y de la sociedad.

Naturalmente, yo no soy el único que me preocupo. En una reunión reciente del concejo presbiteral diocesano, los sacerdotes y yo discutimos largamente estos reportajes internacionales recientes. Pude escuchar sus palabras y leer en sus rostros, el dolor, la pena y la frustración que este tema, que parece no tener fin, les ha causado. Ellos compartieron conmigo lo que ya yo sabía instintivamente, que muchos fieles en sus parroquias estaban enojados, descorazonados y desalentados no solo por lo que se ha hecho a las víctimas, no solo por las alegaciones de encubrimientos, sino también por lo que perciben como atención desmesurada de los medios de comunicación, y por el daño a la credibilidad y reputación de su querida fe.

Por todas estas razones, yo siento que es importante tratar de este problema otra vez, compartir algunas ideas sobre la crisis actual y ponerlos a ustedes al día sobre los esfuerzos de nuestras parroquias y diócesis.

Espero que mis palabras puedan de alguna manera aliviar el enojo o la pena que ustedes estén sintiendo, reforzar su confianza en las iniciativas locales para hacer de nuestra iglesia un ambiente seguro y santo y para alentarlos a nunca abandonar su fe, ni dudar del poder del Cristo Resucitado de sanar a los que han sido dañados y de ayudarnos a resolver esta crisis.

Para comenzar, con respecto a las alegaciones y las insinuaciones publicadas recientemente sobre el Papa Benedicto XVI, nada de lo que he leído ha alterado mi convicción de que el Papa es un hombre que tiene la más alta integridad. Sus fuertes palabras a los líderes de la iglesia en varios países europeos, como también sus declaraciones públicas, pasadas y presentes, no pueden haber sido más firmes en exigir que la iglesia use todos los medios y los recursos existentes para lidiar firmemente con los abusadores y para hacer de la iglesia un ambiente seguro y santo en todo el mundo. Nuestros tratos con la Congregación de la Doctrina de la Fe, que Benedicto dirigió antes de que fuera Papa, fueron siempre útiles en este sentido. Pueden consultar varias de las recientes declaraciones públicas del Papa y ver materiales del Vaticano que tienen por fin combatir el abuso sexual de menores en www.vatican.va/resources.

Segundo, aunque algunos de ustedes no estarán de acuerdo, yo pienso que no resulta constructivo culpar a los medios de comunicación por reportar sobre este escándalo en la iglesia. Quizás esta notoriedad nos ayude a aprender del pasado. Quizás nos aliente a crear un ambiente más seguro y más santo en la iglesia de manera que nadie nos pueda culpar. ¿No es esta una oportunidad para hacer resaltar a la organización que yo considero más activa de la nación en términos de proteger a los vulnerables?

Con ese fin, quiero ponerlos al día sobre nuestros esfuerzos diocesanos para proteger a los jóvenes. Muchas de estas iniciativas están basadas en principios desarrollados por mis hermanos obispos y por mí hace casi 20 años, cuando el problema de abuso de menores por el clero se empezó a hacer más conocido.

Yo creo que estos principios son tan útiles hoy, como lo fueron entonces:

  • Responder pronto a todas las alegaciones de abuso cuando sea razonable creer que ha ocurrido un abuso.

  • Si la alegación de abuso está respaldada por suficiente evidencia, retirarle prontamente los privilegios ministeriales al presunto ofensor y referirlo a una evaluación y a una intervención médica.

  • Cumplir con las obligaciones de la ley civil de reportar el incidente y de cooperar con cualquier investigación oficial.

  • Dirigirse a las víctimas y a sus familias y comunicarles nuestra sincera dedicación a su bienestar espiritual y emocional.

  • Dentro de los límites del respeto a la privacidad de los individuos involucrados, tratar lo más abiertamente posible con los miembros de la comunidad.

Para ayudarnos a seguir estos importantes principios, establecimos en 1993 una Junta Diocesana de Revisión para ofrecer consejo sobre cómo responder a las alegaciones. Nombramos coordinadores de asistencia a las víctimas, que reciben las quejas y organizan la asistencia que pueda resultar útil para las víctimas. Establecimos normas sobre el abuso y el acoso sexual y les dimos entrenamiento sobre el tema a todos los sacerdotes y empleados. Reportamos las alegaciones contemporáneas sobre abusos a las autoridades civiles apropiadas, con el resultado de que en algunos casos, sacerdotes diocesanos fueron arrestados, enjuiciados y condenados.

Como ustedes saben, la crisis del abuso se hizo muy pública en el 2002, por reportajes de The Boston Globe y de otras organizaciones noticiosas. Como respuesta, la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos desarrolló una Carta para la Protección de Niños y Jóvenes y Normas Esenciales.

Basándose en la Carta y en nuestro propio deseo de reforzar los esfuerzos, la Diócesis:

  • Reforzó la Junta de Revisión, en especial añadiendo individuos con extensa experiencia en el cumplimiento de la ley

  • Trabajó para desarrollar relaciones francas de trabajo con agentes de la policía en los 12 condados de la diócesis.

  • Revisó nuestras respuestas pasadas a casos individuales, y cuando resultó apropiado, destituyó del ministerio público a los ofensores.

  • Reforzó el proceso de escrutinio de los candidatos para entrar en los programas del seminario o de formación de diáconos.

  • Empezó un programa de verificación de historiales, incluyendo verificar el historial criminal de sacerdotes, educadores, empleados y voluntarios que trabajan con niños o con adultos vulnerables.

  • Desarrolló Códigos de Conducta y educó a sacerdotes, educadores, empleados y voluntarios sobre su aplicación en ambientes de trabajo específicos. Esos códigos se pueden consultar en línea en www.dor.org.

  • Publicó información de contacto sobre los coordinadores de asistencia a las víctimas y ofreció entrenamiento a todos los sacerdotes, educadores, empleados y voluntarios sobre el procedimiento para reportar alegaciones.

  • Alentó a las víctimas a reportar el caso a las autoridades civiles y a buscar asistencia, además hemos continuado reportando alegaciones presentes y pasadas a las autoridades civiles apropiadas.

Asimismo, para asegurar que se siga cumpliendo con la Carta, hemos tomado parte en auditorías anuales llevadas a cabo por una firma independiente, el Grupo Gavin. Estoy orgulloso de reportar que han encontrado que hemos cumplido con los requisitos de la Carta en todas las ocasiones, y a veces nos han felicitado por algún programa o iniciativa particular.

Vale la pena señalar que desde el 2002, hemos hecho verificaciones personales y hemos dado entrenamiento por medio del programa Creando un Ambiente Seguro a aproximadamente 25,000 sacerdotes, educadores, empleados y voluntarios. Unos 72,000 jóvenes en nuestras escuelas católicas y programas de educación religiosa han recibido educación preventiva.

Finalmente, este verano iniciaremos un nuevo programa llamado Seguro y Sagrado que tiene el propósito de re-entrenar a los miembros de nuestras organizaciones y entidades diocesanas.

Por medio de estos esfuerzos, hemos aprendido mucho como individuos y como diócesis sobre el problema del abuso sexual. Seguimos dedicados no solo a evitar el abuso en la iglesia y en todos los ámbitos de la diócesis, sino también en las comunidades seculares de las que formamos parte.

El problema del abuso sexual de menores no está limitado a la iglesia, sino que existe en toda la sociedad. De hecho, la mayoría de los abusadores son parientes de los abusados. Sin embargo, este triste hecho no le quita a nuestros sacerdotes, diáconos, ministros pastorales, empleados diocesanos o a mí la responsabilidad de proteger a los niños y a los adultos vulnerables en nuestras parroquias, escuelas y agencias.

Yo les prometo en tanto que su obispo, que haremos todo lo posible por asegurar la seguridad de los niños en nuestra diócesis. Un solo caso de abuso sexual de un niño por un sacerdote, es demasiado. Un solo caso de abuso sexual de un niño en su casa, en la escuela o en cualquier lugar, es demasiado.

Los titulares son duros.

Son duros para las víctimas, para sus familias y para sus seres queridos. Son duros para mí. Son duros para mis hermanos obispos, para el Papa, para nuestros sacerdotes, para todos los que trabajan en la iglesia. Y para ustedes.

Rezo para que no se desalienten.

Espero que todos nosotros, cuando nos desalentemos por todas estas noticias negativas, recordemos el bien increíble que la iglesia hace en nuestra comunidad y en el mundo cada día. Naturalmente, las buenas obras, no sanan el dolor causado por los abusadores. Pero yo espero que recordando lo que somos capaces de hacer como iglesia y como gente de fe, nos sentiremos afianzados en la fe.

Por favor, únanse a mí en una ferviente oración para que nuestra iglesia triunfe sobre este problema de abuso sexual — que nuestra iglesia sea más segura y más santa para nuestros niños. Yo creo que con nuestro esfuerzo determinado, y con la gracia de Dios, nos libraremos de este mal.

Paz para todos.

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