Hosffman Ospino, a professor of theology and religious education at Boston College, writes the "Journeying Together/Caminando juntos" column for Catholic News Service. (CNS photo/Lee Pellegrini, Boston College) Hosffman Ospino, a professor of theology and religious education at Boston College, writes the "Journeying Together/Caminando juntos" column for Catholic News Service. (CNS photo/Lee Pellegrini, Boston College)

Gratitud sin excepciones a todos los trabajadores campesinos

A todos nos gustan las ensaladas, los vegetales y las frutas frescas. Si comemos carne, la queremos de la mejor calidad. Pero nada de esto se cultiva o se produce por su propia cuenta. Llegan a nuestra mesa gracias al trabajo arduo y dedicado de los trabajadores campesinos.

En los Estados Unidos de América hay aproximadamente 3 millones de trabajadores campesinos. La gran mayoría, cerca del 80%, son hispanos. Dos terceras partes de ellos son contratados.

Necesitamos mejores estadísticas en esta área, pero sabiendo que las culturas hispanas tienen raíces católicas profundas, es muy probable que más de la mitad de esos trabajadores campesinos en los Estados Unidos sean católicos. Cerca de la mitad de los trabajadores campesinos en el país viven en estatus migratorio irregular, la mayoría de ellos por un período de más de 10 años.

Vivir en la pobreza con frecuencia acompaña la experiencia del trabajador campesino, particularmente a quienes son contratados para recoger las cosechas. Un trabajador campesino en los Estados Unidos gana en promedio US $10.60 por hora — o US $22,048 al año, asumiendo un empleo estable.

Aparte de lo duro del trabajo físico, también podemos nombrar otros riegos graves asociados con el trabajo agrícola: lesiones corporales, exposición a pesticidas y otros químicos, acceso limitado a cuidados de salud, escasas oportunidades educativas, etc.

Sin lugar a duda, quienes trabajan en el mundo de la agricultura lo hacen con una mezcla de amor y sacrificio que debiese ser mejor reconocida.

Al ordenar nuestras ensaladas o preparar los alimentos para nuestros hijos, quizás lo último que nos preocupa es la raza, el estatus migratorio o la tradición religiosa a la que pertenecen los campesinos que literalmente hacen posible que tengamos comida cada día.

Sin embargo, saber esta información es importante. No podemos ignorar que los trabajadores campesinos son personas de carne y hueso, con familias, con sueños, quienes a diario fortalecen nuestra sociedad con su trabajo.

Es irónico que determinadas decisiones políticas y legales que con frecuencia afectan negativamente la vida de millones de trabajadores campesinos y sus familias son tomadas por líderes que luego se sientan a celebrar sus acciones comiendo con amigos y familiares precisamente los productos que esos mismos trabajadores campesinos cultivaron.

Pero decisiones políticas y legales con frecuencia afectan negativamente la vida de millones de trabajadores campesinos y sus familias: políticas que buscan la reducción de beneficios sociales para quienes viven al fondo de la escala social o las deportaciones masivas de inmigrantes indocumentados.

Muchas diócesis, parroquias y organizaciones católicas hacen lo que pueden para responder a las necesidades espirituales y físicas de los trabajadores campesinos, pero con frecuencia los recursos asignados a este ministerio son escasos. Hay trabajadores campesinos en todas partes, y en muchas de ellas el servicio pastoral hacia esta población no es una prioridad.

Nuestras actividades ministeriales siguen siendo demasiado centralizadas en iglesias y oficinas. Por consiguiente, muchas resultan ser poco adecuadas para acompañar a una población campesina con altos niveles de movilidad, pobreza y otras formas de vulnerabilidad social.

Esta es una invitación a poner más atención a nuestra interconexión social y eclesial con los trabajadores campesinos y a abogar por ellos de la mejor manera posible para que vivan con dignidad.

Al afirmar la labor de quienes trabajan en el campo se nos invita a reflexionar sobre la dimensión cuasi-eucarística de su actividad. No olvidemos que la palabra Eucaristía etimológicamente significa acción de gracias.

Los trabajadores campesinos nos enseñan con su quehacer que el sacrificio y la gratitud van de la mano para generar vida. Ellos nos ayudan a apreciar mejor la fertilidad de la tierra. De ellos aprendemos nuestra responsabilidad de cuidar el orden creado, el cual nos permite que comamos y sostengamos a nuestras familias.

En la Misa decimos, “Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros pan de vida”. ¡Qué gran oportunidad para recordar el trabajo de los trabajadores campesinos como una ofrenda diaria a Dios!

Extendamos nuestra gratitud sincera y sin excepciones a todos los trabajadores campesinos.

Ospino es profesor de teología y educación religiosa en Boston College.

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