En este mes de noviembre en el que agradecemos las bendiciones que hemos recibido, espero que cada uno de nosotros piense también en aquellos que nos proporcionan esas bendiciones, desde nuestro Dios bondadoso y misericordioso hasta nuestros seres queridos, amistades, colegas, y todos aquellos a quienes les debemos un agradecimiento generoso.
La gratitud, naturalmente, no es solo para el día de Acción de Gracias; sin embargo, este maravilloso día de fiesta nos ayuda a concentrarnos en las cosas que son buenas e importantes en nuestras vidas agitadas y quizá nos proporcione la oportunidad de empezar de nuevo algo que debamos hacer.
Si nos detenemos para pensar en ello, nuestras vidas están llenas de la maravilla de la bondad divina y humana, ¿No es así? ¡Qué bien nos sentimos cuando hacemos una lista mental de la gente a quien les estamos agradecidos!! El famoso escritor y filósofo inglés G.K. Chesterton escribió una vez "qué gracias, es la forma más elevada del pensamiento: la gratitud es la felicidad, multiplicada por la maravilla".
Por lo tanto, en ese espíritu de felicidad y de maravilla, he hecho una lista aquí, en ningún orden en particular, de aquellas personas y cosas por las que estoy particularmente agradecido como Obispo de Rochester. Les doy mis mejores deseos para un feliz día de Acción de gracias y les doy las gracias:
A los muchos miles de ustedes que han dado de su tiempo, talento y tesoro para apoyar nuestros proyectos parroquiales y diocesanos, tal como por medio de las colectas semanales, especiales y de esfuerzos diocesanos, incluyendo la exitosa campaña de Socios en la Fe. Me maravillo y le doy gracias a Dios por su generosidad que es abundante aún en los peores momentos económicos.
A los sacerdotes de nuestra diócesis. Ellos trabajan incansablemente y con pasión y energía para enriquecer nuestras vidas y sus ministerios. Ellos están con nosotros en los días buenos y en las peores tormentas de las vidas de la gente, como faros de esperanzan ayudando a las personas a navegar los caminos, a veces difíciles, que nos llevan a Dios. Son una fuente constante de inspiración para mí.
A nuestros diáconos permanentes y a sus esposas y familiares. Estos hombres ofrecen un ministerio maravilloso en más lugares y maneras de las que puedo enumerar aquí, no solo en nuestras parroquias, pero con los marginados y con todos aquellos que son llamados a servir, con un espíritu incansable.
A nuestros ministros eclesiales laicos, tanto en puestos de liderazgo pastoral como en muchos otros ministerios diocesanos y parroquiales. Han respondido a la llamada a servir que hizo el Concilio Vaticano II y están haciendo una diferencia inmensa en nuestra iglesia en este papel relativamente nuevo en la historia de la iglesia. Sería difícil imaginar cómo podríamos llevar a cabo nuestra misión sin su talento.
A nuestras religiosas, cuyos sacrificios, oraciones y trabajo diario para construir y promover nuestra tarea diocesana brilla en todos los aspectos de la vida católica de nuestra diócesis.
A los empleados y empleadas del Centro Pastoral, que aunque son menos numerosos que en años anteriores, trabajan para apoyar la misión continua de nuestra diócesis, nuestras parroquias y de muchos otros ministerios. Ellos tratan de cubrir con éxito las distancias de una diócesis que consta de 12 condados, y centralizan los servicios y los recursos, impartiéndoles coherencia y sentido comunitario a nuestra misión.
A nuestros seminaristas y residentes que disciernen su vocación en Becket Hall y que estudian arduamente para servir en la iglesia como ministros ordenados en el futuro y que nos dan inspiración y esperanza para el porvenir. Su energía y entusiasmo son contagiosos.