NOTA DE LA REDACCIÓN: Este es el final de una serie de dos partes.
Al igual que la profesión de Sandra fue el punto focal de la primera parte de nuestro viaje, la celebración del 25o aniversario como Hermana de San José de la Hermana Joana Dalva Alves Mendes fue el evento central de la segunda parte.
Joana deseaba tener la celebración en Cachoeira Alta, el pueblo donde ella se crió y donde conoció a las Hermanas de San José. Joana también deseaba que la celebración de su jubileo fuera una experiencia espiritual alegre para la gente de su pueblo, para su familia, para todas las hermanas y para las personas que tuvimos el privilegio de compartir la experiencia.
Ella escogió la vocación como tema del jubileo. Ese tema, naturalmente permitió celebrar completamente la llamada de Dios a Joana y su respuesta, pero también incluyó una invitación a todos nosotros para que recordáramos y celebráramos la intervención amorosa de Dios en nuestras propias vidas y cómo le hemos respondido. ¿Cuáles son las implicaciones de nuestro bautismo? ¿Comprendemos que estamos verdaderamente llamados a la santidad? ¿Entendemos que, en la providencia de Dios, profundizamos y compartimos esa santidad no solo en nuestras oraciones y actos de culto, sino también en los eventos y experiencias de la vida diaria?
La comunidad respondió generosamente al deseo de Joana. Nos abrieron sus casas a los visitantes. (La Hermana Maureen Finn, mi sobrina Grace Hastings y yo nos quedamos con Rubens y Neusa de Carballo). Ellos organizaron experiencias de oración y comidas. Dedicamos una noche a compartir historias de fe y recuerdos de Joana. Otra noche, gozamos de un festival de música religiosa en el que se dieron premios a músicos y compositores.
Durante la celebración se notó una característica especial que emanó de la espiritualidad de las Hermanas de San José. Joana y las líderes de la comunidad organizaron un programa de visitas que tenían por objeto crear lazos de unión con los vecinos, ofrecer consolación a los que estaban de luto, dar la bienvenida a los extranjeros, acompañar a los que se sentían solos y compartir con los demás el espíritu de alegría que sentían por la ocasión. Equipos de visitantes se dispersaron por la ciudad y pasaron varias horas cada mañana, visitando a los vecinos. Tuve el gusto una mañana de acompañar a la Hermana Catherine Popowich y a Grace cuando visitamos a una vieja amiga de Catherine que recientemente perdió a su esposo y que ha estado además sufriendo de dolores de espalda.
Cuando fuí a Brasil por la primera vez en 1981, Cachoeira Alta fue una de las paradas de mi itinerario. En aquel tiempo, Catherine y la Hermana Suzanne Wills estaban ejerciendo su ministerio allí. Ellas conocieron a Joana cuando era una niñita. Fueron las primeras Hermanas de San José que Joana conoció. Ambas estuvieron presentes en el jubileo, al igual que la Hermana María José Monteiro de Oliveira, otra hija de ese pueblo que entró en la congregación.
Durante la conversación que compartí, Joana y Catherine recordaron una ocasión en que Joana insistió en que le permitieran asistir a un programa sobre vocaciones religiosas que Catherine estaba ofreciendo para jóvenes. Catherine se negó al principio, diciéndole a Joana que ella era muy jovencita, pero finalmente cedió ante la persistencia de la muchachita. Esa fue una maravillosa historia de jubileo.
Entre los más importantes principios por medio de los cuales las Hermanas de San José le dan expresión al Evangelio en sus vidas diarias se hallan servir al prójimo sin distinción, hacer todo lo que le es posible a una mujer para unir al prójimo entre sí y con Dios.
Yo he sabido que hacen eso desde que era un estudiante de secundaria. En esos días, yo conocía su trabajo en el contexto de las clases. Con el transcurso de los años, he tenido la gracia en mi vida de haber visto a las hermanas encarnar esos valores en muchos ambientes y contextos.
Las celebraciones de la profesión y el jubileo que he mencionado se distinguieron por las maneras como las hermanas reunieron a la comunidad con el propósito de servir a su prójimo sin distinciones. Extraños y viejos amigos se sintieron bienvenidos entre las hermanas, y por eso, experimentaron algo nuevo en relación con los dones de Dios a la comunidad y estoy seguro que apreciaron algo nuevo sobre su propia dignidad y bondad.
Estas mujeres tienen mucho talento y son generosas para compartirlo. La Hermana Barbara Orczyk y la Hermana Chris Burgmaier son enfermeras que han cuidado a pacientes en Brasil por más de 35 años. La Hermana Ellen Kuhl ha hecho un trabajo magnífico con respecto al cuidado y al desarrollo de los niños. La Hermana Marie José es una abogada que aboga por los encarcelados. La Hermana Jean Bellini ha dedicado su energía por muchos años a la reforma agraria. La Hermana Marlena Roeges está dedicada a apoyar y abogar por las familias para que desarrollen fincas en las propiedades que han recibido por medio de la reforma agraria. La Hermana Anne Marvin apoya a los pueblos indígenas en sus esfuerzos de desarrollar una vida más segura. De día, la Hermana Ireny Rosa de Silva es secretaria de una escuela situadas en un barrio muy peligroso. Nega, como le dicen — con lo chiquitica que es — hace mucho por promover la paz, y alentar a la gente.
Todos los casos anteriores son solamente ejemplos de la amplia gama de trabajos que las hermanas hacen ahora. Si yo hiciera una lista de todo lo que hacen, ustedes estarían leyendo por largo rato. Si añado todo lo que han hecho a través de los años… bueno, ya entienden. La historia es increíble.
Algunas palabras de agradecimiento:
- A las hermanas en Brasil por su increíble testimonio de fe y servicio amoroso y por recordarme nuevamente que todos nosotros en la Diócesis de Rochester hemos gozado de dones similares de parte de nuestras Hermanas de San José desde que todavía formábamos parte de la Diócesis de Búfalo.
- A ustedes, la gente de nuestra Diócesis, por las muchas maneras como han ofrecido apoyo espiritual y financiero a las Hermanas de San José en Brasil y a las Hermanas de la Misericordia en Chile por más de 40 años.
- A los Padres Jerry Donovan, Colin O’Flanagan y Tom O’Shea, amigos fieles de las hermanas, por su cordial hospitalidad.
- A Grace, por su compañía y apoyo en este y otros viajes.
- A mis colegas, cuya generosidad y habilidades me permiten hacer estas visitas
- Por favor, continúen rezando por todas nuestras hermanas y hermanos en y de la Diócesis de Rochester que dan un testimonio poderoso del Evangelio por medio de sus vidas y ministerios en la vida religiosa.
Paz para todos.