Septiembre 2014
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo:
En medio de las alegrías de esta vida hay una que se destaca de entre todas las otras: la alegría de los padres que acogen un recién nacido en sus vidas. Cuando acunan este precioso don de Dios en sus brazos, no hay palabras para expresar adecuadamente la alegría en sus corazones. El cielo y la tierra se unen en este maravilloso don de vida. Y de este modo empieza un viaje para el cual no existen mapas determinados ya que el curso está lleno de muchas sorpresas y eventos inesperados – muchos jubilosos, algunos retadores y otros desconcertantes. Hay momentos ansiosos, tiempo de preocupación y hasta angustias. Pero por todo esto los padres nunca dejan de abrazar a sus hijos; suyo es el amor sin linderos, irrestricto, por siempre vivo y sin pregunta, "ya que ven la esperanza de la vida eternal brillando en sus hijos" (Rito del Bautismo de las Niños, 105).
La inestimable vida del recién nacido es la misma inestimable vida de los ancianos y frágiles, los débiles y los sufridos, los enfermos y los angustiados y los tristes. Del modo que cuidamos del niño, así debemos cuidar de la gente en el amplio ámbito de vida. Cuando subjetivamente determinamos los puntos cuando la vida empieza y termina, ya sea viable o no, cuando es demasiado onerosa para soportarla, empezamos el camino hacia la autodestrucción. La vida deja de ser inestimable, sino una mercancía más en el oficio de vivir. Relativismo se convierte en absoluto, e inclusive se cuestiona el valor de la vida misma.
Fiel a su fundador, Jesucristo, la Iglesia Católica siempre debe defender la vida, de común acuerdo con médicos, enfermeros, farmacéuticos y otros profesionales de salud; en unión con ellos, buscamos proteger a las personas con discapacidades físicas y mentales, aquellos que se encuentran en situaciones que ponen la vida en peligro y los que no tienen alguien que hable a su favor cuando se les ve como una carga para la sociedad en lugar de cómo nuestros hermanos y hermanas en la familia humana. Lo que se necesita es apoyo para y exploración adicional de medidas de atención de salud moralmente lícitas que efectivamente alivien el sufrimiento de modo que los enfermos terminales puedan conocer y sentir el amor, preocupación y atención de una sociedad que les protege y valora. Esto, por sí, alivia el dolor más grande: ¡ese que ataca al corazón cuando la gente siente que a nadie le importa!
La Iglesia Católica, unida con personas de otras tradiciones religiosas y gente de buena voluntad, se preocupa, ¡especialmente por aquellos más débiles entre nosotros! Nuestra preocupación aprecia la valía de la persona humana en sus momentos más difíciles de la vida. Respecto a esos problemas traumáticos de fin de vida, ahora en la vanguardia de muchas legislaturas, se debe observar que la "tradición moral católica siempre ha enseñado que podemos descontinuar procedimientos médicos que son onerosos, extraordinarios y desproporcionados al resultado. Sin embargo, el respeto por el ser humano demanda el tratamiento ordinario del moribundo proveyendo alimento, agua, calidez e higiene. El tratamiento ordinario siempre es un requisito moral". La iglesia "reconoce que ciertos tratamientos médicos podrían no proporcionar beneficios conmensurados con los riesgos de ciertos procedimientos médicos. Tratamiento médico extraordinario podría no ser moralmente requerido y podría inclusive cesar en ciertos casos, dependiendo de los beneficios para la persona enferma y las cargas que impondría o podría imponer" (Catecismo Católico para Adultos de E.U., Conferencia de Obispos Católicos de E.U., Julio 2006, p. 394). Pero la eutanasia intencional — el acto voluntario y consciente de dar muerte a los que están enfermos, discapacitados o moribundos — es moralmente inaceptable.
A medida que las comunidades médicas y científicas tratan a los enfermos y sufridos, estoy muy agradecido por los capellanes, ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión, los visitantes de la parroquia y los incontables voluntarios que proporcionan conforte, consuelo, aliento y apoyo espiritual a los que están en hospitales, centros de salud y los imposibilitados de salir de sus hogares. Estoy muy agradecido a los sacerdotes que traen a los enfermos y moribundos los grandes dones de los sacramentos de la unción de los enfermos y la reconciliación, que culminan en la presencia real de Jesucristo en la muy sagrada Eucaristía. Unidos en la cruz, nuestros hermanos y hermanas en estas situaciones retadoras son verdaderos ejemplo de fe. Al servirles nosotros somos elevados y rejuvenecidos en nuestra fe.
En su discurso a los miembros del Concejo Pontífice para los Proveedores de Servicios de Salud el 24 de marzo, 2014, el Papa Francisco elogió a los miembros del concejo por su apoyo a los enfermos, los discapacitados y los ancianos. Dijo a los participantes en la plenaria del concejo que "en el sufrimiento nadie está solo porque Dios — en su amor misericordioso por el hombre y el mundo — abraza incluso las situaciones más inhumanas, donde la imagen del Creador, presente en todos, está borrosa o desfigurada. De este modo fue para Jesús en su Pasión. En Él cada dolor humano, cada ansiedad, cada sufrimiento fue tomado por amor, por el deseo puro de estar cerca de nosotros, de estar con nosotros. Y aquí, en la Pasión de Jesús, está la lección más grande para cualquiera que quiere dedicarse al servicio de nuestros hermanos enfermos y sufridos. La experiencia del compartir fraternal con los que sufren nos abre a la verdadera belleza de la vida humana que incluye su fragilidad".
El Papa reiteró que "Al proteger y promover la vida, en cualquier etapa o condición, podemos reconocer la dignidad y valía de todo ser humano, desde la concepción hasta la muerte". Citando de Evangelium Vitae, la encíclica del 1995 de San Juan Pablo II, el Papa Francisco ensalzó las virtudes de Nuestra Madre María, "La que aceptó ´Vida´ a nombre de todos y para el bien de todos … (y) es así asociada más íntima y personalmente con el Evangelio de Vida".
Con el adelanto continuo de la ciencia médica, que nos ayuda a nutrir y cuidar de toda vida humana, e inspirado por las palabras de nuestro Santo Padre, ruego para que la fe y la razón nos unan y que seamos dirigidos por una Sabiduría aún mayor. Shakespeare lo dijo muy bien hace muchos años: "Existe una divinidad que moldea nuestros fines, toscamente labrados de la manera como podemos" (Hamlet, V. ii). Por cierto existe alguien más grande que nosotros y ha dicho: "He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia". (Juan 10:10).
Con gratitud para los que revelan la presencia del Médico Divino a nuestros atesorados hermanos y hermanas que de algún modo sufren, quedo, con la seguridad de mis oraciones,
Devotamente suyo en Cristo,
+ Reverendísimo Salvatore R. Matano
Obispo de Rochester
NOTA DE LA REDACCIÓN: Los textos completos del discurso del Papa Francisco al Concejo Pontífice para Proveedores de Servicios de Salud y de la encíclica Evangelium Vitae están disponibles en inglés en la página web del vaticano. Desafortunadamente, estas dirreciones en la web son muy largos y para conveniencia de los lectores los hemos procesado a través del servicio confiable para acortar URL- bit.ly.com. Puede encontrar el discurso de servicios de salud en http://bit.ly/1zLPWtp y la encíclica en http://bit.ly/1pMyYdE.