Durante estos días de la temporada de Pascua, es la alegría y la responsabilidad de toda la comunidad rezar por los que fueron bautizados y recibidos en la iglesia durante la Vigilia de Pascua. Esas mujeres y hombres, niñas y niños han llegado a un punto de partida remarcable en su jornada de fe. Durante esta temporada, su iniciación, y la nuestra, consiste en acercarnos más a Cristo por medio de nuestra contemplación de su presencia resucitada ante sus discípulos. Es una presencia que incluye perdón, los dones de vida y amistad, la misión de compartir con otros lo que hemos recibido.
Cada año, los dones de Pascua abren nuestros corazones a la vida de distintas maneras. Eso es porque de Pascua en Pascua cambiamos, al igual que cambian nuestras circunstancias. Por lo tanto tenemos que descubrir las respuestas que la Pascua nos llama a dar. Hay dolores y heridas que debo sanar, ¿en mí o en otros? ¿Cómo me pide el Señor que crezca y exprese la amorosa amistad que él me ofrece particularmente? ¿Cómo me encarga el Señor que comparta los dones que he recibido?
Este miércoles por la mañana, pienso en los nueve catecúmenos que tuve el privilegio de bautizar durante la Vigilia de Pascua en la Catedral del Sagrado Corazón. ¿Qué recuerdan de la Vigilia? ¿Les parece diferente la vida? ¿Influencia esta experiencia de bautismo sus relaciones con otros? ¿Qué preguntas generó en sus corazones la experiencia del bautismo? ¿Comprenden que todos nosotros, no importa cuanto tiempo llevemos de bautizados, lidiamos con las mismas preguntas?
Esta temporada santa es un recuerdo poderoso de que la vida cristiana es una vida de relaciones amorosas, con el Señor y con nuestras hermanas y hermanos. Es una realidad dinámica que cambia constantemente y nos llama a dar otro paso a profundizar para que hallemos más abundancia en la vida. El crecimiento es excitante; el hecho de morir a nosotros mismo es menos excitante. Naturalmente todos queremos más vida. Dar la muerte a nuestros propios deseos puede darnos miedo y sin embargo es claro de las enseñanzas del Señor que debemos rendir nuestros deseos y vivir y morir de la manera que el Señor nos invita a hacer. El grano de trigo tiene que caer en tierra y morir para multiplicarse. Si queremos ser importantes, tenemos que servir a los demás. Hay que tomar la cruz diaria. La bella ironía es que esta renunciación nos da vida, alegría, paz y plenitud.
No puedo dejar de pensar en dos de las personas más respetadas y populares de los tiempos modernos: la Madre Teresa de Calcuta y el Papa Juan Pablo II. Sus vidas fueron diferentes, pero ambos son personas santas que vivieron sus relaciones cristianas de manera profunda y a menudo heroica. Todos sabemos que ambos sufrieron en sus vidas, que su fe fue puesta a prueba. Solo la gracia de Dios explica su fuerza y fidelidad, que les permitió compartir sus sufrimientos con los sufrimientos de Cristo lo que hizo más profunda su creencia de que al compartir sus sufrimientos compartirían su vida.
No siempre tenemos que buscar a figuras mundiales para encontrar a gente que son testigos de la fe. Piensen en las personas que ustedes conocen que sufren mucho o que conllevan sus frustraciones con alegría en sus corazones y que se preocupan por los demás, Quizás nunca sean reconocidos como santos por la iglesia; quizás no sean famosos como la Madre Teresa y el Papa Juan Pablo II. Pero sabemos que están muy cerca de Dios. Sabemos que comprendieron el significado de la Pascua y que la vivieron.
Paz para todos.