Mayo 2015
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Durante toda su vida, Jesús nos dio dones extraordinarios para vivir la vida cristiana, llegando a su culminación en el tiempo de su propia pasión y muerte.
En la Última Cena, Él demostró cuán importante es el don de su presencia. Él creyó esencial que después de su resurrección de la muerte Él continuaría viviendo entre sus discípulos, su gente. Recordemos que Él prometió que estaría con nosotros siempre y no nos dejaría como huérfanos. Así es que Él nos dio el don de la más sagrada Eucaristía. Jesús presenta a nosotros, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. ¡No un símbolo de su presencia, sino verdaderamente Jesucristo, vivo y unido con nosotros!
Durante el curso de esa misma comida pascual, Él se puso un delantal.
Él dijo a sus discípulos, "Ustedes me llaman el Señor y el Maestro. Y dicen verdad, porque lo soy. ¡Si Yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros! (Juan 13:13-14). Un don tan profundo de servicio humilde se encontró en Él que se arrodilló y lavó los pies de los pescadores.
Siguiendo la Última Cena, Él empezaría un camino arduo de tormento y sufrimiento intenso, tanto espiritual como físico. En el camino al Gólgota, Él cayó tres veces, pero se levantó tres veces hasta que por fin llegó a la colina, llamada Calvario y este sirviente sufrido no iba a ser disuadido de hacer la voluntad de Su Padre celestial. El Padre quiso que Su Hijo diera su vida por la salvación de la humanidad, el don sobrenatural de nuestra redención en Cristo en la cruz.
Cuando llegó al Calvario, Jesús fue crucificado, pero antes clamó, "Todo está cumplido", (Juan 19:30) y dio su último suspiro, dio todavía otros ejemplos de virtud cristiana. En esa cruz, la oscuridad del Calvario fue eclipsada por el don radiante y el abrazo del perdón. Jesús miró a los que Le habían llevado a este momento y con los ojos levantados al Padre, rezó: "!Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!" (Lucas:23:34). El pecador arrepentido que estaba colgado a su lado y suplicó, "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino", Jesús no solamente se recordó de él, sino le llevó a casa, levantó su corazón roto y entristecido, y le dijo: "Realmente te digo, que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso". (Lucas 23:42-43).
Pero las virtudes atesoradas de la vida cristiana enseñadas a nosotros por Jesús todavía no estaban agotadas. Él, que nos amó sin fin, aún nos dio otro don, su propia madre María. Al discípulo querido y a todos nosotros, Jesús dijo palabras que atraviesan los corazones más endurecidos y cambian corazones de piedra en corazones de amor: "Ahí tienes a tu madre" (Juan 19:27). Grabadas en el corazón de María estaban las virtudes vividas y enseñadas por Su Hijo, Jesús. El don de la presencia – ella estaba constantemente presente para Cristo durante su vida terrenal desde el momento mismo de la concepción hasta aquel momento cuando sus brazos extendidos esperaban recibir su Hijo muerto cuando fue bajado de la cruz. Estos mismos brazos abrazan a todos los hijos de Dios. En el Calvario, María llegó a ser nuestra madre y ella ha estado y sigue estando siempre presente entre nosotros. ¿Cuántas cuentas del rosario se han desgastado por padres rezando buscando la intercesión de María, una intercesión de madre, por sus hijos e hijas? ¿Cuántos en tantas circunstancias, sufrimientos y momentos desesperados han pedido la ayuda de María, buscado su apoyo maternal y afectuoso? Yendo a María, sus hijos le están pidiendo llevarles donde su Hijo.
Al hablar de la presencia constante de María entre nosotros, el Papa Francisco escribió tan bonito: "La Virgen Inmaculada, como un testigo privilegiado de los grandes eventos de la historia de salvación, ‘guardaba fielmente en su corazón todos estos recuerdos’ (Lucas 2:19): Una mujer que escucha, una mujer de contemplación, una mujer de cercanía a los problemas de la Iglesia y de la gente. Bajo el consejo del Espíritu Santo y con todos los recursos de su genio femenino, ella incesantemente entró más profundo en ‘la verdad total’ (vea Juan 16:13)" (Papa Francisco, Discurso a la Comisión Teológica Internacional, 5 de diciembre, 2014).
Cada vida tiene sus alegrías y penas, sus retos y sus logros, sus esperanzas y desilusiones, los rayos de luz y las sombras de oscuridad, vida y muerte. María tenía estos mismos momentos en su vida, pero nunca falló en su compromiso con el Señor; su fíat (anuencia) permaneció firme cuando ante sus propios ojos la madera de la cuna fue convertida en la madera de la cruz. Ella que envolvió a su hijo recién nacido en pañales, más tarde envolvió a su hijo adulto en lino para su entierro.
En el Calvario, Dios dio a sus hijos una madre real, una madre verdadera, que conoce nuestros sufrimientos. Por esta razón, Gerard Manley Hopkins, sacerdote y poeta, se atrevió comparar a María con "el Aire que Respiramos". De hecho, ella es una parte íntima de nuestras vidas, teniendo un título tan real, tan personal, tan muy humano – ¡Madre! Porque ella es Madre, como el clérigo en el Diario de un sacerdote de campesinos de Georges Bernanos, nosotros también anhelamos ver la de quien él escribe:
"Nuestra Señora no conoció triunfo ni milagro. Su Hijo la protegió del último toque del ala feroz de la gloria humana. Nadie ha vivido, sufrido, muerto en tanta simplicidad, en tan profunda ignorancia de su propia dignidad, una dignidad que la corona por encima de los Ángeles" (Behold Your Mother, Priests Speak about Mary, editado por el Padre Stephen J. Rossetti, con Ensayo contenido en el mismo, "Mother of Every Priestly Grace" por el Revdo. Monseñor Fernando Ferrarese, p. 39 y p. 45; 2007, Ave María Press, Notre Dame, Indiana).
Estos Estados Unidos, dichosos por estar bajo el patrocinio de María Inmaculada, han de estar conscientes del Señor repitiendo a nosotros sus palabras desde la cruz: "¡Ahí tienes a tu madre!" La única posibilidad para curar el dolor sentido en el mundo de hoy en tantos niveles y en tantas circunstancias es la fe, tan pronunciada en nuestra Madre Bendita. La fe en Dios en imitación de la fe de María es la fuerza real que va a traer paz en nuestros hogares, en nuestros vecindarios, nuestra comunidad, nuestro estado, nuestra nación y nuestro mundo.
Durante este mes dedicado a la madre de Dios, hemos de dar gracias especialmente a aquellos que por tantos años han servido a nuestra diócesis y la iglesia con el corazón de María cuando nuestros sacerdotes celebran aniversarios especiales de ordenación sacerdotal y nuestros religiosos consagrados por sus votos celebrando aniversarios de su profesión religiosa. María está frente a ellos, como ella está frente a todos nosotros, como el modelo de dedicación a Jesús. Su fíat nunca vaciló y ella puso su Corazón Inmaculado en el Sagrado Corazón de su Hijo. Nosotros que hemos dedicado nuestras vidas a Cristo como sacerdotes y religiosos pedimos sus oraciones que siempre y dondequiera revelemos la fe y la humildad de María en nuestro servicio a ustedes, nuestros hermanos y hermanas en la familia de Dios. También pedimos que recen por vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa de manera que, en imitación de María, el Verbo llegue a ser carne por nuestros ministerios y la presencia de Jesús esté viva en todos nuestros corazones.
En este Año de Vida Consagrada, reconocemos especialmente los logros extraordinarios de los religiosos con votos en la vida de la iglesia. En estos Estados Unidos, desde el tiempo mismo que nuestros antepasados llegaron a estas costas, aquellos en vida consagrada establecieron en muchas ocasiones los primeros hospitales, universidades y colegios universitarios, escuelas y orfanatos y tantas instituciones sirviendo los pobres, los abandonados, los sin derechos, los marginados de la sociedad. En monasterios dedicados a la oración y contemplación, las necesidades de los fieles han sido y siguen siendo llevadas al Señor y estas casas de oración todavía son como faros de esperanza para las arquidiócesis en las cuales están localizadas, asegurando a los fieles que durante el día y la noche se está rezando por ellos y que sus peticiones son llevadas al Padre. ¡Este Año de Vida Consagrada nos permite renovar nuestra gratitud a nuestras hermanas y hermanos en la vida religiosa, no solamente este año sino siempre!
Como una familia diocesana, clero, religiosos y seglares, buscamos la intercesión de nuestra Madre, recordando la Oración para el Año Mariano regalada a nosotros por el Papa San Juan Pablo II:
A ti, Madre de la familia humana y las naciones, encomendamos confidentemente toda la humanidad, con sus esperanzas y miedos. No dejes que le falte la luz de verdadera sabiduría. Guíala para que busque libertad y justicia para todos. Dirige sus pasos en el camino de la paz. Permítenos a todos nosotros encontrar a Cristo, el camino y la verdad y la vida.
Como una verdadera madre, María ha ido adelante para preparar el camino para su familia, para hablar a Dios sobre nosotros, para pedir a Dios que nuca nos deje en nuestro sufrimiento, sino que Él nos dé su don de paz. Y porque sabemos que María nos ama con el amor de una madre, las cuentas siguen desgastándose. ¡Vea aquí su madre! Vea aquí a ella a quien Benedicto XVI, nuestro Santo Padre Emérito, ofreció esta oración:
"Santa María, Madre de Dios,
Tú has dado al mundo su verdadera luz, Jesús, tu Hijo – el Hijo de Dios.
Tú te abandonaste completamente para la llamada de Dios, y así llegaste a ser una fuente de la bondad que sale de él.
Preséntanos a Jesús. Llévanos a él, enséñanos a conocerle y amarle de manera que nosotros también lleguemos a ser capaces de verdadero amor y ser fuentes de agua viva en el medio de un mundo sediento" (Deus Caritas Est, No. 42, 25 de diciembre, 2005).
Invocando la intercesión de María, nuestra madre, pidiendo que ella lleve a su hijo las necesidades de nuestra diócesis, quedo
Devotamente suyo en Cristo,
+ Reverendísimo Salvatore R. Matano
Obispo de Rochester