Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Una vez más estamos en la temporada de Adviento, preparándonos para la gran solemnidad de Navidad, la celebración del nacimiento de Nuestro Salvador, Jesucristo. Miremos dentro de esa cueva en Belén y contemplemos el nacimiento de Nuestro Salvador, Jesucristo. Mientras que la simplicidad de su nacimiento es impactante, lo que también es impresionante es el elemento común que junta a los reunidos alrededor de Cristo Niño: María, José, los Pastores y los Magos. La fe trajo a cada uno a la cuna.
Desde el momento cuando María proclamó su "aprobación," su aceptación de convertirse en la Madre de Dios después de que el ángel Gabriel anunció que ella "concebiría y daría a luz a un hijo al que daría el nombre Jesús" (Lucas 1:32), María fielmente siguió a Su Hijo, hasta que al final estuvo de pie debajo de Su cruz en el Calvario. María en su propia vida experimentó su "viacrucis" personal, "el camino de la cruz", según revelado a través de sus siete dolores: la presentación de Jesús en el Templo, donde Simeón dijo a María que una espada penetraría su corazón; la huida a Egipto para evitar al Rey Herodes que buscó la destrucción del Cristo Niño; perder a Jesús en Jerusalén cuando Él tenía 12 años y María y José habían ido a Jerusalén para la fiesta de Pascua; la reunión de María y Jesús en el camino al Gólgota; la crucifixión; el bajar a Jesús de la cruz y Su entierro. Desde la cuna a la cruz, desde la concepción a la eternidad, María permaneció una mujer de fe inquebrantable.
José, el esposo de María, es también un hombre de fe profunda. Imagine la ansiedad y la confusión que sufrió en su corazón y su alma al saber de la extraordinaria concepción de María por el poder del Espíritu Santo. "La Liturgia (de las Iglesias Orientales) dice de la tormenta de pensamientos contradictorios que rugió en el corazón de José, y él estaba perplejo; pero iluminado por el Espíritu Santo, el cantó ‘¡Aleluya’"! (El Papa Benedicto XVI, The Blessing of Christmas, p. 115). Imagine sus luchas y preocupaciones al tener que construir una nueva vida como familia inmigrante en Egipto. Y no olvidemos la incertidumbre de ese retorno a Nazaret. Como esposo fiel, las pruebas, sufrimientos y cruces de María también fueron las de José, porque de hecho él era esposo de María. Y al igual que María, en medio de estas pruebas José se mantuvo fiel, "él hizo lo que el ángel del Señor le ordenó", "recibió a María en su hogar como su esposa" (Mateo 1:24); y José nunca cesó de ser su esposo fiel, con su primera fidelidad al Señor.
En Belén, cuando él y María miraron a su niño recién nacido en esa cueva, sin lugar a dudas José se preocupó acerca de su futuro: una pareja sin hogar y sin familia o amigos, cuyo destino estaba en peligro. Fue la fe lo que le sostuvo, ¡y él y María se convirtieron en las primeras columnas sobre las cuales descansa el primer tabernáculo!
Sin palabras, la presencia de José "nos permite descubrir en sus actos – envueltos en el silencio como son – un aura de contemplación profunda" (San Juan Pablo II, Redemptoris Custos, no. 25). Así es que "Esas almas más sensitivas a los impulsos del amor divino han visto en José un ejemplo brillante de la vida interior" (Ibídem).
Y luego tenemos a los pastores, también atentos al ángel del Señor al permitir que el mensaje del ángel penetrara sus corazones y se "dijeran uno al otro: ‘Vayamos a Belén’". Y "una vez que vieron, ellos entendieron lo que se les había dicho respecto a este niño" (Lucas 2:15-17).
En su simplicidad y humildad, estos pastores trabajadores arduos fueron escogidos para ser de los primeros en contemplar al Cristo Niño. Muy a menudo, aquellos que son ignorados por su aparente estado insignificante en la vida son los que tienen una fe profunda. Ellos no buscan honor o gloria para sí mismos, pero buscan solamente amar a Dios y amar a su prójimo.
Miremos ahora a los Magos. La tradición nos dice que eran astrólogos cultos. Y sin embargo su sabiduría les condujo incluso a mayor conocimiento, incluso más allá de las estrellas, cuando ellos observaron "Su estrella" (Mateo 2:2). El Papa Benedicto lo escribió tan bello: "La Estrella de la noche de Navidad – ésta es, en primer lugar, el Hijo Mismo encarnado. Él es la luz que muestra el camino a través de las calles de la historia… Mirar a la estrella significa recibir luz y dar luz, irradiando en el mundo que nos rodea la luz que hemos recibido, de modo que pueda proporcionar orientación a otros, también" (Papa Benedicto XVI, The Blessing of Christmas, pp. 95-96). Creo que fue la fe lo que causó que los Magos siguieran la estrella y fue la fe lo que causó que ellos "le rindieran homenaje a Él" (Mateo 2:2).
Nuestro Santo Padre, Papa Francisco, desde el primer momento de su pontificado nos ha llamado para renovar nuestra fe en Jesucristo. Su santidad ha intensificado el llamado para una Nueva Evangelización proclamada por sus predecesores, San Juan Pablo II y Benedicto XVI. Permitámonos, como los que dieron la bienvenida a Jesús al mundo en su cuna, tomar muy en serio la invitación del Papa Francisco y vivir esa Nueva Evangelización en nuestros corazones. La temporada de Navidad provee una oportunidad excelente para que nosotros, al igual que María, José, los pastores y los Magos, fortalezcamos, renovemos, aumentemos y proclamemos nuestra fe. El Niño nacido en Belén sigue viviendo en nuestro mundo y la Palabra se hace carne en cada celebración del Santo Sacrificio de la Misa. Nuestra fe causa que nosotros reflexionemos cuán preciado es el don de la Muy Santa Eucaristía, de modo que cada día es navidad. Fidelidad a Cristo, especialmente por la asistencia fiel a la Santa Misa, es la llamada, la plegaria, la invitación y el tema de este momento especial en la vida de la Iglesia, esta Nueva Evangelización.
En unión con el tema de la nueva evangelización de seguir a Cristo, hemos sido llamados por nuestro Santo Padre, Papa Francisco, a expresar nuestra profunda gratitud a las mujeres y hombres consagrados en la vida religiosa que siempre han abrazado el trabajo de evangelización. El Papa Francisco inició el Año de Vida Consagrada el 29 de noviembre, 2014, el fin de semana del primer domingo de Adviento, y continuará hasta el 2 de febrero, 2016. Los religiosos ligados por votos enseñan en nuestras escuelas, se encargan de los enfermos y los pobres y traen la compasión y amor de Cristo a los que han sido rechazados u olvidados por la sociedad. Otros viven vidas de oración y contemplación intensa, al presentar al Señor las peticiones de la familia de Dios. En resumen, los religiosos son los portadores diarios de la paz y esperanza de la Navidad a tantos que de otro modo nunca conocerían o experimentarían el júbilo del nacimiento de Cristo.
Durante el Año de Vida Consagrada, ruego para que nuestras parroquias, escuelas y apostolados celebren el don de la vida religiosa y para que este año especial inspire a la gente joven a responder al llamado de Jesús para servir a Él, Su Iglesia, Su amada gente, como religiosos. Mi propia vocación al sacerdocio fue bellamente animada y apoyada por las Hermanas Religiosas de la Misericordia (mi tía, que ha vuelto al Señor, fue Hermana de la Misericordia), como tantas otras comunidades religiosas han sido la causa para que otros siguieran las huellas de los religiosos consagrados.
Esta Navidad, a medida que seguimos viviendo la Nueva Evangelización, pido que todos nosotros miremos dentro de nuestros corazones y preguntemos: "¿Qué tan bien conozco ese Niño nacido en Belén?" Y si la respuesta es "No muy bien", ¿qué debemos hacer al respecto? Podría sugerir humildemente que escuchemos la voz del ángel, sigamos la estrella y vengamos a la Casa del señor. Traigamos a él nuestras inquietudes, nuestras preocupaciones, nuestras frustraciones y ansiedades, al igual que nuestras alegrías y esperanzas. Repitamos la oración del Papa Benedicto XVI: "Te traemos nuestro propio ser, algo mucho más valioso que cualquier regalo de dinero: traemos la riqueza de la verdadera fe en ti, el Dios y Salvador de nuestras almas" (Ibídem).
Mis hermanos y hermanas, ¡les deseo una feliz Navidad y un Año Nuevo bendito! Ruego para que nuestra Diócesis sea bendecida con la presencia renovada de Cristo entre nosotros al juntar nuestras voces con las del coro angelical y exclamamos: "Gloria a Dios en las alturas".
Invocando la intercesión de Nuestra Madre, María, que dio a luz al Salvador,
quedo,
Devotamente suyo en Cristo,
Reverendísimo Salvatore R. Matano
Obispo de Rochester