Noviembre 2015
"La voluntad de mi Padre es que todo hombre que ve al Hijo y crea en Él tenga la vida eterna. …" (Juan 6:40)
Mis queridos hermanas y hermanos en Cristo:
Ahora hemos empezado el mes de noviembre cuando la oscuridad llega más temprano, la salida del sol más tarde, el viento más frío y los árboles han perdido sus hojas; la noche parece ser más larga que el día. En medio de esta transición de temporadas, la Madre Iglesia nos invita en este mes de los Difuntos a considerar la muerte y la preparación que hacemos en esta vida para ser dignos de la vida eterna. Esto empieza con el reconocimiento y aceptación de la realidad sombría que todos nosotros vamos a morir, que esta vida es solamente una introducción a la eternidad.
Nuestra vida presente es el momento para formar nuestra relación con Jesús. Conocer, amar y servir a Cristo en esta vida precede todas otras preocupaciones y prioridades y no debe ser aplazado o pospuesto. A pesar de todo, dejamos las cosas para más tarde aunque no sabemos el día ni la hora cuando el Señor nos llamará a casa.
Edward Young, un poeta inglés que vivió desde 1681 hasta 1765, escribió una vez: "Dejar las cosas para más tarde es el ladrón de todo el tiempo. Año tras año esto roba, hasta que todos se han huido. Y a merced de un momento deja los vastos intereses de una escena eterna" (Poems of Sentiment I. Time, Procrastination, from "Night Thoughts, Night I"). Dicho de un modo simple, esta vida no es un ensayo general — tenemos una sola vida, no hay una segunda oportunidad.
Como seres humanos podemos posponer; podemos aplazar lo que es realmente importante en nuestras vidas. Y aún, en la historia algunos de aquellos individuos que han logrado el máximo lo hicieron en un período muy breve de tiempo. Blaise Pascal, un genio científico y matemático como también un renombrado filósofo, murió a los 39 años. San Ignacio de Loyola, el fundador de la Sociedad de Jesús, murió a la edad de 43 años. Santa Teresa de Ávila, una santa y doctora de la Iglesia que fundó las Carmelitas Descalzas, murió a la edad de 47 años. Santa Thérèse de Lisieux, también otra santa y doctora de la Iglesia, murió a la edad tierna de 24 años. Aun más joven fue San Domingo Savio, cuya fe profunda le permitió morir una muerte llena de gracia a la edad de 15 años, y el acto extraordinario de Santa María Goretti, que tuvo la valentía de morir una muerte de mártir cuando todavía no tenía 12 años.
Sí, esta gente, nuestras hermanas y hermanos en la fe, sabían que esta vida no es un ensayo general, que tenemos solamente una vida para vivir, y que tenemos que vivirla al máximo. Cuán correcto fue San Thomas More cuando dijo: "No perdamos este tiempo, por lo tanto, no dejemos que esta ocasión se deslice, que poco podemos decir si alguna vez vamos a tenerla otra vez o nunca" (A Treatise to Receive the Blessed Body of Our Lord, compuesto en 1534 en la Torre de Londres el año antes de su martirio).
La esencia, el verdadero corazón y centro para una fuerte relación con el Señor en esta vida es nuestra digna recepción de la Más Sagrada Eucaristía en la Santa Comunión, communio: la unión de nuestra misma persona con la misma persona de Jesucristo. En los años recientes, como una Iglesia hemos perdido muy trágicamente un sentido de la importancia de la presencia eucarística de Cristo, lo cual es confirmado por muchos estudios indicando una disminución muy seria de la asistencia a la Misa semanal. Sin embargo, el centro de nuestra fe católica es la creencia que en la Más Sagrada Eucaristía está verdaderamente presente Jesucristo, Su mismo Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad. El Jesús, que caminó en las playas de Galilea, el Jesús que escogió los Doce, el Jesús que curó los enfermos, resucitó los muertos, alimentó la multitud, consoló los aislados y los olvidados y perdonó los pecadores, el Jesús que murió y resucitó de entre los muertos — Él está aquí con nosotros en el Sacramento de Su Cuerpo y Sangre.
Es verdad que Jesús puede estar presente para nosotros de muchas maneras – en la belleza y majestad de las maravillas de la naturaleza, en el amor y cariño de familia y amigos, en nuestra mutua preocupación de uno para el otro, atención que se extiende a los pobres, los enfermos, los refugiados, los marginados y los hermanos y hermanas más olvidados en la familia de Dios. Pero estas verdaderas expresiones de la belleza y amor cristiano encuentran su corazón en Cristo, el Cristo de la Eucaristía, que nos sostiene y motiva a cumplir el mandato de amar uno al otro.
Como en la vida hay niveles de encuentros con la gente y varios grados de relaciones con personas, así también con el Señor hay niveles de encuentros y el encuentro más profundo que podemos tener con el Señor en esta vida terrena es la Eucaristía.
Si realmente creemos que Jesús está verdaderamente presente en la Eucaristía, ¿por qué nos ausentamos de la celebración semanal de la Santa Misa? Venga a Su casa, invite a sus familiares y amigos para venir con usted, y lleve a Él sus preocupaciones, sus necesidades y las necesidades de sus familiares. Venga y rece por la paz de un mundo tan marcado por guerra y violencia, hasta violencia en nuestras propias comunidades.
¡No posponga! No aplace estar con el Señor. El Jesús que entró nuestro mundo, que asumió nuestra humanidad en la maravilla de la Encarnación todavía vive entre nosotros y sigue diciéndonos: "¡Síganme!" (Mateo 4:19). Y en nuestro discipulado nos preparamos diariamente para la eternidad.
Cuando la jornada de esta vida haya terminado y estemos frente al Señor, ¿cómo vamos a ser recordados? Por favor, Dios, dejanos a ser bien conocidos como gente de fe, los que pusieron a Jesús sobre todo lo demás y así vieron en cada persona la cara de Jesús; los que Él reconoce como los que se arrodillaron en oración y buscaron Su ayuda; los tan bien conocidos por el Padre que cuando volvemos a Él no somos extraños en una tierra extranjera; conocemos al Señor y Él nos conoce; bien Le llamaremos Padre y Él, a su vez, nos llamará Su hija, Su hijo, y escucharemos aquellas palabras preciosas: " Bendecidos por mi Padre, vengan a tomar posesión del Reino que está preparado para ustedes desde el principio del mundo" (Mateo 25:34).
Al meditar sobre nuestra jornada terrenal hacia el Jerusalén celestial, es ciertamente oportuno recordar que el 8 de diciembre, 2015 comenzaremos el Año de Misericordia, que concluirá en la Solemnidad de Cristo Rey el 20 de noviembre, 2016. El tercer domingo del Adviento, a las 2:00 p.m. en la Catedral del Sagrado Corazón, celebraremos la apertura de la Puerta de Misericordia de acuerdo con la Bula de Convocación, Misericordiae Vultus (La Cara de la Misericordia del Padre). La imagen transmitida por el paso por la Puerta Santa es que los que entren la Casa del Señor sentirán Su misericordia en el Sacramento de la Reconciliación, la Confesión y serán renovados en mente y corazón al unirse con Jesús en la Santa Comunión. He pedido a nuestras parroquias que cooperen unas con otras para proveer tiempos prolongados para la confesión, adoración eucarística, y alentar la práctica de asistir a la Misa diariamente cuando sea posible.
Al fortalecer nuestra relación con el Señor, nos sentimos entonces inspirados a imitar a Nuestro Salvador y ayudar a nuestros hermanos y hermanas en necesitad: los pobres, los olvidados, los encarcelados, las víctimas del abuso, los de otros países que buscan un nuevo hogar entre nosotros y las víctimas de violencia provocada por prejuicio. Entonces las obras espirituales y corporales de misericordia cobrarán vida y llegarán a ser naturalmente integradas en el Año de Misericordia. Como los santos que no perdieron tiempo en responder a la llamada de Cristo de seguirlo, nosotros también estamos llamados para hacer lo mismo. No podemos posponer nuestra decisión de ser discípulos fieles del Señor Jesús.
La reciente visita de nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, a los Estados Unidos ha sido una introducción maravillosa al Año de Misericordia, causándonos que contemplemos nuestra vida y examinemos nuestras actividades diarias que han de prepararnos para nuestro destino eterno. En su audiencia general el miércoles, 26 de noviembre, 2014, durante el mes de los Difuntos, el Papa Francisco dijo: "Cuando nos dirigimos hacia este horizonte, realizamos que nuestra imaginación se detiene, apenas capaz de percibir el esplendor del misterio que sobrepasa nuestros sentidos. Dios está preparando una nueva morada y una nueva tierra donde la justicia morará y cuya bienaventuranza responderá y superará todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano". Estamos en "una jornada continua", continuó el Papa, "hacia la meta final, maravillosa que es el reino del cielo".
La meta hacia donde la Iglesia se esfuerza, añadió el Papa, es "el nuevo Jerusalén". Más que un lugar, dijo su Santidad, "Es un estado del alma en que nuestros anhelos más profundos serán cumplidos abundantemente" y nuestro ser va a "llegar a su madurez completa". El Papa Francisco dijo que es maravilloso ver como hay "una continuidad entre la Iglesia en el Cielo y la Iglesia que todavía está de viaje en la tierra… los que ya viven a la vista de Dios pueden ciertamente apoyarnos, interceder por nosotros y rezar por nosotros".
Durante este mes dedicado a rezar por nuestros queridos fallecidos, como una familia diocesana en unión con toda la Iglesia Católica por el mundo entero, alcen sus voces en oración por ellos, suplicando a nuestro Padre que sus almas y todas las almas de los fieles fallecidos, por la misericordia de Dios, puedan descansar en paz. Amén.
Uniéndome con usted en oración por sus queridos fallecidos, especialmente en este mes de los Difuntos, quedo
Sinceramente suyo en Cristo,
Reverendísimo
Salvatore R. Matano
Obispo de Rochester