1 de agosto, 2015
Memorial de San Alfonso Liguori
Obispo y Doctor de la Iglesia
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo:
"… Estamos en medio de una gran nube de testigos".
Estas palabras tomadas de la Epístola a los Hebreos, Capítulo 12, verso 1, muy acertadamente caracterizan la realidad de la condición humana. No importa cuánto tratemos, incluso aquellos que trabajan arduamente para vivir en anonimidad, todos somos observados en el escenario de la vida desde el mismo momento cuando la vida comienza y a través de todos los años que siguen a medida que perseguimos nuestros cursos de estudio, escogemos vocaciones e ingresamos al mundo adulto. Desde el nacimiento hasta la vejez, todos nos encontramos en medio de una gran nube de testigos y diariamente permitimos que seamos juzgados, evaluados, seleccionados y hasta rechazados, a ser aclamados y tristemente a veces a ser difamados. Vivimos en un mundo que observa y analiza todo lo que hacemos, cómo actuamos y qué decimos.
Entre los que se encuentran en medio de una gran nube de testigos están los escogidos y electos para gobernar nuestro país, una realidad tan evidente durante las campañas políticas, que ahora están captando la atención de los medios de comunicación. Cuán a menudo oramos para que Dios Padre conceda Su don del Espíritu Santo a todos los llamados a servir las causas de justicia, amor, paz y misericordia. Su mandato es proteger y garantizar la libertad y derecho fundamental a la libertad religiosa para todos los ciudadanos de cualquier fe. Aquellos que hacen, aplican y ejecutan la ley y políticas a las que estamos obligados tienen en sus manos el poder de controlar, liberar, condenar, juzgar, exonerar y penalizar a las personas. ¡Grande es la responsabilidad que tienen al desarrollar y aplicar las leyes, que tan íntimamente tocan las vidas de otros, para determinar el curso que las vidas tomarán y marcar el camino para la jornada de otro!
La gran nube de testigos espera con razón de los legisladores y funcionarios del gobierno el mejor ambiente posible, uno que verdaderamente respeta y eleva la dignidad de la persona humana en el contexto de nuestra cultura — un término y un concepto entendido de muchas maneras, pero en última instancia, refiriéndose a la situación que abarca nuestras vidas, nuestras tradiciones, lenguajes, patrimonio, leyes que nos rigen y, finalmente, lo que creemos, a quién adoramos, que es nuestra guía absoluta. La fe, la creencia propia, no puede ser separada de la cultura, no puede ser ignorada, y lo que es peor no puede ser violada por leyes, legislación y jurisprudencia que existen en nuestra cultura.
En este ensayo, "The Christian Vision (La visión cristiana) en Social Criticism (Crítica Social) de T.S. Eliot’s," Michael M. Jordan, al comentar acerca de La idea de una sociedad cristiana de Eliot, escribe: "El ensayo de Eliot tiene esencialmente un sujeto y tema: la religión debe ser la base de la cultura y comunidad. En otras palabras, una cultura sana debe tener una base religiosa, y la religión debe estar basada en la comunidad" (Michael M. Jordan, STAR Magazine, Mayo/Junio 2005). En ese mismo ensayo, Jordan cita el celebrado trabajo de T.S. Eliot, The Rock (La Roca), donde el poeta exclama:
Tú, ¿has construido bien, te has olvidado de la piedra angular?
Hablando de las relaciones correctas de los hombres, pero no de las relaciones de los hombres con Dios.
El poeta entendió muy bien que Dios es el corazón y fundamento de toda la vida ya que Él es su autor. Por eso es correcto y justo que las leyes que gobiernan Su creación sean guiadas e inspiradas por Él. Porque mientras pasamos por esta vida, Él es el primero entre la gran nube de testigos en observarnos y el que en última instancia será nuestro juez.
Hablando de cultura y religión, nuestro Santo Padre Emérito Benedicto XVI, dirigió estas palabras a un grupo de obispos de los Estados Unidos que estaban en Roma para su visita Ad limina Apostolorum ("Al umbral de los Apóstoles") el 19 de enero, 2012:
"Uno de los aspectos más memorables de mi visita pastoral a los Estados Unidos fue la oportunidad que se me dio para reflexionar sobre la experiencia histórica de libertad religiosa en América, y específicamente la relación entre religión y cultura. En el corazón de cada cultura, ya sea percibido o no, está el consenso acerca de la naturaleza de realidad y el bien moral, y por lo tanto de las condiciones para el desarrollo del ser humano. En América, ese consenso, como consagrado en los documentos de la fundación de su nación, fue basado en una visión del mundo conformada no solamente por fe sino por un compromiso con ciertos principios éticos derivados de la naturaleza y la naturaleza de Dios. Hoy día ese consenso se ha erosionado significativamente frente a nuevas y poderosas corrientes culturales que no son sólo directamente opuestas a las enseñanzas morales centrales de la tradición judea-cristiana, pero cada vez más hostil al cristianismo como tal" (Consistory Hall, Jueves, 19 de enero, 2012). Como lo entendió el Papa Benedicto XVI, nuestros Padres Fundadores, firmemente decididos a preservar el don preciado de la libertad — abarcando la libertad religiosa — no temían recibir su guía del Señor. Samuel Adams escribió: "El derecho a la libertad es el don de Dios Todopoderoso… los derechos de los colonos como cristianos pueden entenderse mejor leyendo y estudiando cuidadosamente los institutos de The Great Law Giver (El gran dador de la ley), que se encuentran claramente escritos y promulgados en el Nuevo Testamento" (The Rights of the Colonists — Los derechos de los colonos, 1772). Del mismo modo, otros abrazaron estos mismos principios. Alexis de Tocqueville, considerado por muchos como un analista perspicaz de la vida americana, vino de Francia en el 1831 para estudiar el sistema judicial en los Estados Unidos. Entre sus muchos pensamientos, encontramos lo siguiente: "Despotismo puede ser capaz de prescindir de la fe, pero la libertad no puede". Tal parece que Tocqueville entendió que la fe da origen y sostiene la libertad. Quizás a sabiendas o sin saberlo su propia voz se une a la del salmista al proclamar que feliz, por cierto, "es el pueblo que tiene al Señor por Dios" (Salmo 33:12).
En su tratado, "Of Civil Government" — "Del Gobierno Civil"- (1690), John Locke hizo referencia a la conexión entre la ley y su Supremo Creador: "Aunque éste es un Estado de Libertad, sin embargo no es un Estado de Licencia… Nadie debe hacer daño a otro en su vida, libertad o posesiones. Porque los hombres son la obra de un Creador omnipotente e infinitamente sabio…"
Los primeros arquitectos de estos Estados Unidos vieron nuestra nación como "una nación bajo Dios" donde la Ciudad de Dios no estaba en conflicto con la Ciudad del Hombre. En su "Discurso de Despedida a la Nación" (publicado en The Independent Chronicle el 26 de septiembre, 1997), George Washington proclamó:
"De todas las disposiciones y hábitos, que conducen a la prosperidad política, la Religión y Moralidad son sus apoyos indispensables. En vano ese hombre puede reclamar el tributo de Patriotismo, quien trabaja para subvertir estos grandes pilares de la felicidad humana, estos apoyos más firmes de los deberes de los Hombres y Ciudadanos… Preguntemos simplemente, ¿Dónde está la seguridad para la propiedad, la reputación, la vida, si el sentido de obligación religiosa deserta los juramentos, que son los instrumentos de investigación en las Cortes de Justicia"? (No. 27).
Es contra este telón de fondo de nuestra preservación histórica que renovamos nuestras oraciones para que las decisiones futuras de nuestras cortes y legisladores protegerán nuestra libertad religiosa y no amenazarán nuestro derecho a proclamar y vivir nuestra fe católica. Unido con mis hermanos obispos por todos los Estados Unidos, solicito sus oraciones para que la sabiduría y justicia prevalezcan, y que la libertad religiosa garantizada por la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos sea preservada. La libertad religiosa y la libertad para practicar la propia fe impiden que se obligue a un individuo a violar su conciencia — definida en Gaudium et Spes (Vaticano II, 7 de diciembre, 1965, 16) como "el núcleo más secreto del hombre y su santuario. Ahí está a solas con Dios cuya voz resuena en lo más íntimo" (vea Catechism of the Catholic Church, 1776). Y, muy interesante, James Madison, autor de la Primera Enmienda, describe la conciencia como "la más sagrada de todas la propiedad" (vea "ObamaCare and Religious Freedom," Cardenal Timothy M. Dolan, para entonces presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, The Wall Street Journal, 25 de enero, 2012).
Una persona "no debe ser forzada a actuar de modo contrario a su conciencia. Tampoco, de otro lado, debe ser impedida para actuar de acuerdo a su conciencia, especialmente en materias religiosas" (Dignitatis Humanae, no. 3, §3; vea también Catechism of the Catholic Church, 1782).
La formación de la conciencia siempre ha ocupado un lugar de importancia primordial en la teología católica. El Segundo Concilio Vaticano claramente enfatizó y apreció la necesidad de que cada persona siga su conciencia al tomar esas decisiones que afectan tantos aspectos de la existencia humana. Este mismo concilio observó cuidadosamente cómo la formación de la conciencia y la doctrina de la iglesia están íntimamente ligadas cuando declaró: "En la formación de sus conciencias, los fieles cristianos deben prestar atención cuidadosa a la doctrina sagrada y cierta de la Iglesia. (35) Porque la Iglesia es, por la voluntad de Cristo, la maestra de la verdad. Es su deber dar expresión a, y enseñar con autoridad, esa verdad que es Cristo mismo, y también declarar y confirmar por su autoridad esos principios del orden moral que tienen origen en la propia naturaleza humana" (Dignitatis Humanae, 7 de diciembre, 1965, 14).
Nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, ha expresado también su profunda preocupación respecto a la protección de la libertad religiosa. En su discurso del 20 de junio, 2014 a los participantes en la conferencia en Roma sobre Libertad Religiosa Internacional y el Conflicto Global de Valores, el Papa Francisco observó que preservar el derecho de las personas a vivir sus valores religiosos es cada vez más difícil en nuestra sociedad contemporánea "donde el pensamiento débil — esto es una enfermedad — reduce el nivel de ética en general y, a nombre de un falso entendimiento de tolerancia, termina por perseguir a los que defienden la verdad acerca de la persona humana y sus consecuencias éticas". Su Santidad enfatiza que la libertad religiosa es un "derecho fundamental de la persona humana" y un reconocimiento de la dignidad de la capacidad de cada persona "para buscar la verdad y adherirse a la misma".
Repitiendo este mismo tema el 7 de mayo, 2015, el Papa Francisco, en su discurso a la asamblea de líderes católicos y protestantes de Europa, declaró: "Pienso sobre los retos planteados por legislación que, en nombre de un principio de tolerancia mal interpretada, termina por impedir que los ciudadanos expresen sus convicciones religiosas pacífica y legítimamente".
Usted y yo estamos frente a una gran nube de testigos, nuestros compañeros ciudadanos, nuestros hermanos y hermanas en la comunidad de fe — los que se oponen a nosotros y los que están de acuerdo con nosotros. Pero preeminente entre estos testigos, el Primer Testigo, el juez final de nuestras acciones, es Dios. Tomemos en serio, pues, las palabras de San Agustín: "… en todo lo que hagas, ve a Dios como tu testigo" (como se hace referencia en el Catechism of the Catholic Church, 1779). Que Él nos encuentre un pueblo de fe que aprecia Su don de vida y busca defenderla y respetarla en todas sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural. Que la caridad y el deseo por la verdad caractericen nuestras acciones y decisiones en las vocaciones que escogemos. Y, en humildad, que busquemos el perdón de Dios por nuestras faltas personales para cumplir con Su voluntad. Rico en misericordia, Él nunca nos abandona; nos resta buscarle y de ese modo descubrir de nuevo Su amor abundante.
Para concluir, les ruego sus oraciones por aquellos en puestos de liderazgo en la iglesia, el Colegio de Obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y líderes laicos de ministerio. Realmente estamos frente a una gran nube de testigos y estamos llamados por nuestras vidas de servicio en la iglesia a vivir lo que profesamos, lo que enseñamos y proclamamos en unión con Cristo y Su iglesia; estamos llamados a ser los testigos de Jesús para nuestras hermanas y hermanos en nuestras familias, comunidades, escuelas, vecindarios y parroquias.
Como pastor de la diócesis, no solamente pido, sino que verdaderamente necesito sus oraciones, para que en nuestra diócesis enseñe la verdad en caridad, con compasión y misericordia, pero a la misma vez aceptando los retos e incluso la cruz, que están entretejidas en el ministerio apostólico.
Asegurándoles mis oraciones e invocando la intercesión de nuestro patrón, San Juan Fisher, que fue primero y sobre todo el siervo de Dios, quedo,
Devotamente suyo en Cristo,
Reverendísimo Salvatore R. Matano
Obispo de Rochester