Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Durante este mes de noviembre, la rica tradición de la Iglesia nos alienta para que recordemos de modo especial a nuestros seres queridos fallecidos que han ido antes que nosotros marcados con el signo de la fe y que descansan en el sueño de la paz. Renovamos nuestras oraciones para nuestros seres queridos fallecidos, pidiendo al Señor, por Su misericordia, que les dé el descanso eterno y paz eterna en Él.
El Prefacio para los Muertos, rezado en la Misa de Entierro Cristiano, nos recuerda que para la gente fiel del Señor, en la muerte "la vida cambia pero no termina". Como creyentes en la resurrección corpórea de Jesús, vemos esta vida como preparación para la vida eterna, vida por siempre con Dios. "Porque vida es estar con Cristo, donde Cristo esté, ahí hay vida, ahí está el reino" (San Ambrosio según citado en el Catecismo de la Iglesia católica, No. 1025).
Nuestra unión con Jesucristo comienza en esta vida con el Bautismo y alcanza su culminación terrenal cuando recibimos a Cristo Eucarístico en la santa Comunión, que nos prepara para la unión eterna con Él. "Habiendo pasado de este mundo al Padre, Cristo nos da en la Eucaristía la promesa de gloria con Él. La participación en el santo sacrificio nos identifica con su Corazón, sostiene nuestra fortaleza por el peregrinaje de esta vida, nos hace añorar la vida eterna y nos une inclusive ahora con la Iglesia en el cielo, la Santísima Virgen María y todos los santos" (Catecismo, No. 1419).
Observando entonces la centralidad de este muy augusto Sacramento en nuestra jornada terrenal en ruta a la celestial Jerusalén, deseo expresar mi preocupación seria respecto aI número de funerales católicos que omiten la parte más esencial de la Orden de Funerales Cristianos, esto es el Santo sacrificio de la Misa. Solamente en las circunstancias más extraordinarias los ritos fúnebres proceden sin la Misa. Es particularmente desalentador cuando un católico bueno, fiel, practicante se ve privado de la Santa Misa en el momento de su funeral porque los que preparan o hacen arreglos para el funeral no han prestado la consideración debida a esta celebración esencial al retorno de uno al Señor. Por eso, es muy necesario que el deseo propio de que se celebre la Santa Misa de acuerdo a la Orden de Funerales Cristianos sea claramente estipulado por escrito y se haga parte de las Directrices Anticipadas.
También aliento la práctica laudable y eficaz de programar la ofrenda de la Santa Misa por el descanso de las almas de nuestros seres queridos fallecidos en sus cumpleaños, aniversarios de sus muertes u otras ocasiones. Aquí es importante recordar la enseñanza de la Iglesia acerca del Purgatorio: "Todos los que mueren en la gracia y amistad de Dios, pero imperfectamente purificados todavía, tienen su salvación eterna asegurada; pero después de la muerte experimentan purificación, de modo de alcanzar la santidad necesaria para entrar al gozo del cielo. La Iglesia da el nombre Purgatorio a esta purificación final de los elegidos…" (Catecismo, Nos. 1030-1031). Al meditar sobre la realidad del Purgatorio, se nos instruye además de acuerdo a los principios de nuestra fe católica que: "Desde los comienzos la Iglesia ha honrado la memoria de los muertos y ofrecido oraciones en sufragio por ellos, sobre todo el sacrificio Eucarístico, de modo que, asi purificados, ellos puedan lograr la beatífica visión de Dios" (Catecismo, No. 1032). Para nosotros que profesamos la fe católica, no hay una manera mejor de apreciar la memoria de nuestros muertos queridos que hacer que la Santa Misa sea ofrecida por ellos. La Misa también reafirma nuestra creencia en la Resurrección de Jesucristo y en la vida eternal lograda por su resucitación de entre los muertos.
Otra área que amerita reflexión es la opción de Palabras de Recordación en la Misa de Entierros Cristianos. Con los años, en algunas circunstancias, las Palabras de Recordación, que no tienen por objetivo ser un encomio, incorrectamente han cambiado el enfoque de la liturgia fúnebre aparte de la Misa de Entierros Cristianos. Debe observarse que el incluir Palabras de Recordación es opcional y, por lo tanto, no son un requisito dispuesto por la Orden de Funerales Cristianos.
El documento Normas para las Palabras de Recordación en los Funerales en la Diócesis de Rochester, promulgado el 20 de mayo, 2012, por mi predecesor, Reverendísimo Matthew H. Clark, octavo Obispo de Rochester, claramente articula las directrices diocesanas a seguir para esta opción (vea Diocese of Rochester, Funeral Guideline – Funeral Policy, Appendix 1: Norms for Words of Remembrance at Funerals in the Diocese of Rochester, pp. 9-11). Entre los asuntos discutidos, la política observa lo siguiente:
* "El momento más adecuado para las Palabras de Recordación es en la Vigilia por el Difunto…" (La vigilia se conoce comúnmente como el velorio.)
* "Una sola persona habla en nombre de todos cuando las Palabras de Recordación ocurren en la Misa Fúnebre o Liturgia Fúnebre fuera de la Misa.
* "Estas Palabras de Recordación deben ser breves: no más de 3-4 minutos (una página escrita a máquina). Al orador representativo se le debe recordar que estas palabras están dentro del buen flujo de la dignidad de la liturgia.
* "Las Palabras de Recordación deben prepararse de antemano, e idealmente revisadas con el sacerdote. … para evitar que sean muy largas o una situación embarazosa.
* "Las Palabras de Recordación proveen brevemente alguna idea sobre la fe y los valores del difunto…"
Ya que como católicos nosotros creemos que "La Eucaristía es la fuente y la cima de la vida cristiana" (Catecismo, No. 1324), hemos sido bendecidos con una liturgia fúnebre que es el don dado por el Señor a nosotros y es una gran fuente de consuelo al momento de la muerte. Es en este momento cuando la "Iglesia a través de sus ritos fúnebres encomienda al difunto al amor misericordioso de Dios y ruega por el perdón de sus pecados. En los ritos fúnebres, especialmente en la celebración del sacrificio Eucarístico, la comunidad eclesiástica afirma y expresa la unión de la Iglesia en la tierra con la Iglesia en el cielo en una gran comunión con los santos" (Order of Christian Funerals, General Introduction, No. 6). Mientras que la oportunidad de compartir la aflicción y memorias de uno es ciertamente parte del proceso del duelo, estas interacciones humanas tienen lugar más apropiadamente entre la familia y en la funeraria donde la conversación informal de recordación y apoyo ocurre (Diocese of Rochester, Funeral Guideline – Funeral Policy, p.4). Los miembros de la familia también pueden compartir sus experiencias del ser querido fallecido con el sacerdote o diácono de la parroquia que puede incorporar ciertos puntos en su homilía. Sin embargo, la homilía es para enfatizar la vida eterna que estamos tratando de lograr en Cristo.
La celebración de la Misa del Entierro Cristiano también transforma la aflicción y el dolor tan profundamente sentidos por la pérdida de un ser querido por nuestra creencia en la vida eterna que Cristo, no nosotros, ha obtenido para nosotros. Por eso, en la Misa jubilosamente cantamos: "Proclamamos tu Muerte, Señor, y profesamos tu Resurrección hasta que vuelvas de nuevo". A través de Cristo, ahora somos bendecidos para compartir en la Gloria eterna de la Trinidad y permanecer con Jesucristo por siempre. El santo Sacrificio de la Misa celebrado al momento de la muerte es la oración más perfecta de la Iglesia ofrecida a Dios, rogando que en Su misericordia Él nos "perdone cualquier pecado (que el difunto) cometió por la flaqueza humana y en [Su] bondad le otorgue paz eterna" (Orden de Funerales Cristianos, Oración de Recomendación).
Concluyendo, deseo ofrecer algunas reflexiones acerca del entierro cristiano en cementerios católicos. El Catecismo de la Iglesia Católica presenta la enseñanza invariable de la Iglesia acerca del entierro apropiado de nuestros seres queridos: "Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad, en fe y esperanza de la Resurrección. El entierro del difunto es un trabajo corpóreo de misericordia; honra a los hijos de Dios, que son templos del Espíritu Santo" (No. 2300). Aunque la cremación es permitida por la Iglesia, se sigue alentando la práctica de larga duración de enterrar el cuerpo del difunto en una fosa o tumba, imitando el entierro del cuerpo de Jesús, como señal de la fe cristiana. Nuestros cementerios católicos, bendecidos y consagrados, reciben nuestros cuerpos mortales, que una vez fueran purificados en las aguas del Bautismo, ungidos con el Aceite de Salvación, albergaron nuestras almas inmortales y fueron tabernáculos del Señor Mismo en cada Comunión Eucarística. Por lo tanto, al morir nuestros cuerpos requieren un entierro digno. De nuevo, en fe nosotros creemos, nosotros profesamos que: "Por la muerte el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios dará vida incorruptible a nuestro cuerpo, transformado por la reunión con nuestra alma. Al igual que Cristo resucitó y vive por siempre, así mismo todos nosotros resucitaremos en el último día" (Catecismo, No. 1016).
Incluso en el caso de cremación, las cenizas deben recibir el mismo respeto que los restos corpóreos del cuerpo humano, incluyendo el modo como son transportadas y su disposición final. Deben ser enterradas en un cementerio o sepultadas en un mausoleo o columbario. Esparcir las cenizas en el mar o en la tierra no está permitido. Del mismo modo, el guardar las cenizas en la propia casa no es la disposición reverente que la Iglesia requiere (Diocese of Rochester, Funeral Guideline – Funeral Policy, pp. 6-7).
Nuestros cementerios católicos son lugares sagrados unidos a nuestro credo católico. Son lugares de oración que nos recuerdan nuestro destino final: unión eterna con Dios a quien hemos llegado a conocer y amar en esta vida para vivir por siempre con Él en el cielo, "el fin último y la realización de nuestras aspiraciones humanas más profundas, el estado de felicidad suprema, definitiva" (Catecismo, No. 1024).
Animo a los fieles para que consideren muy seriamente nuestros cementerios católicos al hacer los preparativos para la muerte y asegurar que el entierro propio refleje nuestra dignidad como hijos de Dios, ahora llamados a la casa del Padre.
Nuestras vidas nunca son vividas en aislamiento. Entramos a este mundo, ruego, rodeados de aquellos que nos aman y que siguen amándonos durante nuestra vida. Nuestros padres, parientes y amigos queridos no deben ser olvidados en la muerte. Como familia diocesana, en unión con toda la Iglesia Católica por todo el mundo, levantamos nuestras voces en oración a su nombre, suplicando a Nuestro Padre que sus almas y las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Amén.
Uniéndome a usted en oración por sus seres queridos fallecidos, especialmente durante este mes de Todas las Almas, quedo
Sinceramente suyo en Cristo,
†Reverendísimo Salvatore R. Matano
Obispo de Rochester