Empezamos este tiempo intenso de la Cuaresma. ¿Qué mensaje nos quiere transmitir la Palabra de Dios para vivir con profundidad este tiempo de salvación?
En la primera semana de Cuaresma se nos pone para nuestra reflexión las tentaciones de Jesús. En el mundo de hoy constantemente estamos tentados; los medios de comunicación, los amigos y familiares nos dicen directa o indirectamente que la felicidad está en el poder, el dinero, el placer, la fama. Nos arrastran hacia las cosas materiales y nos alejan de nuestro centro, que es Dios. ¿Lo material nos hace realmente felices? Para nosotros y para Jesús está claro: “No solo de pan vive el hombre”; “adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo servirás”; “no tentarás al Señor tu Dios”.
La segunda semana, al hablarnos de la transfiguración del Señor, se nos dice a quien realmente tenemos que escuchar, para alcanzar la vida plena: “Éste es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo”, nos dice el Padre. La Ley y los Profetas, la plena voluntad de Dios está en Jesús. Tenemos que escucharlo, acogerlo, seguirlo, vivir como Él vivió. De esta manera, daremos frutos, tal como se nos pide en la tercera semana de Cuaresma, por medio de la parábola de la higuera; de lo contrario nuestra vida se corta, no tiene sentido y profundidad. El Señor quiere que demos frutos, que seamos consecuentes con nuestra fe, que no seamos cristianos de nombre, sino que nos involucremos de corazón en un camino de seguimiento comprometido con el Señor.
En la cuarta semana se nos invita a reflexionar sobre el amor incondicional de Dios por medio de la parábola del hijo pródigo o, mejor dicho, del padre misericordioso. Jesús nos dice que Dios es un Padre bueno, que lo que le mueve en su actuación es la misericordia, la compasión; que lo que quiere de nosotros es que seamos felices, que llevemos una vida plena. Él no está preocupado por los pecados que hayamos cometido, sino porque estamos perdiendo nuestras vidas, porque estamos muertos en vida y, Él, nos quiere vivos y felices. Por eso, cuando el hijo regresa a casa, en lugar de reprocharlo, hace una fiesta; y cuando el hijo mayor, que actúa no por la compasión, sino por la ley, le reprocha su comportamiento, el Padre bueno responde: “Era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”. Ese es el corazón de nuestro Dios, por eso no tengamos miedo en volver a casa, en reencontrarnos con Dios, Él nos espera con los brazos abiertos.
Esa misma compasión la vemos en Jesús, en la quinta semana de cuaresma, en el relato de la mujer adúltera. Dios no se acerca a nuestras vidas para condenarnos, juzgarnos, sino para levantarnos, sanarnos, ponernos en camino: “Vete y no vuelvas a pecar”. Este es el mismo Dios, que lo vemos el domingo de Ramos, humilde, entrando a Jerusalén, para dar su vida, por nuestra salvación.
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Salgado es un ministro para migrantes para la Diócesis de Rochester.